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UNA ABDICACIÓN REAL Y UN REFERÉNDUM NECESARIO

Un impetuoso vendaval de indignada desafección sacude a las instituciones de nuestra democracia representativa: a la vista está el descrédito de los partidos políticos convencionales y, de forma especial, del sistema bipartidista, descrédito extensivo también, a la Corona.
La anunciada abdicación de Juan Carlos I, lógica y necesaria habida cuenta del creciente desgaste y errores cometidos por el monarca y diversos miembros de la familia real, sobradamente conocidos, es un intento de apuntalar, en la figura del príncipe Felipe, el cuarteado edificio de la monarquía española.
En estos días asistiremos a una previsible avalancha apologética de la figura y la labor del abdicado soberano, magnificando de forma laudatoria el papel del rey durante los años de la Transición o en el frustrado golpe de Estado del 23-F. Sin embargo, ahora, la cuestión prioritaria no debe de ser el garantizar el futuro de una monarquía, institución ya de por sí anacrónica, sino el de regenerar en profundidad nuestra alicaída democracia, su credibilidad como instrumento útil para salvaguardar los derechos y libertades y, para ello, resulta indispensable abrir los cauces hacia una democracia más participativa en la cual la opinión de la ciudadanía pueda expresarse con mayor plenitud.
Estoy convencido que este vendaval democrático arrastrará a toda institución, bien sean partidos políticos o bien la misma Corona, que no asuma con coraje estas demandas, este nuevo tiempo político que exige abrir cauces nuevos hacia una sociedad más libre, justa y participativa. En consecuencia, es el momento de plantear la necesidad de celebrar un referéndum para elegir la forma que, mayoritariamente, deseamos los españoles para la Jefatura del Estado. Esta cuestión, estas “elecciones primarias” para optar entre monarquía o República, resulta ya inaplazable, fundamental por motivos de salud democrática, en la agenda política, tal y como han demandado diversos partidos políticos o la Corriente Izquierda Socialista del PSOE a la cual estoy adscrito.
Y, de convocarse, como deseo, el citado referéndum, pienso sinceramente que el futuro pasa por la opción que representa la República federal, tanto en cuanto simboliza una garantía e igualdad plena de derechos y libertades, un modelo de Estado laico y auténticamente solidario para todos los territorios que, libremente, decidan conformar este Estado plurinacional que llamamos España.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 4 de junio de 2014)
ORADOUR-SUR-GLANE, MEMORIA Y CONCIENCIA

Desde la victoria soviética en la batalla de Stalingrado (febrero 1943) y el posterior desembarco aliado en Normandía el 6 de junio de 1944, el histórico “día D”, nadie tenía dudas sobre que en la II Guerra Mundial el fascismo sería derrotado, como tampoco se tenían sobre que la bestia nazi caería matando hasta el final.
Tras el desembarco, en la Francia ocupada, la Resistencia multiplicó sus acciones de hostigamiento contra las tropas nazis, especialmente en la región de Lemousin. Las represalias de las fuerzas hitlerianas fueron, como siempre, crueles e implacables. Si 9 de junio la división blindada de las Waffen SS “Das Reich” ahorcó en Tulle a 99 de sus vecinos, al día siguiente, esta unidad de élite nazi, que había destacado en el frente ruso por haber llevado a cabo tareas de exterminio de población civil, se ensañó con Oradour-sur-Glane, un pueblo cercano a Limoges.
Nadie podía presagiar la tragedia que allí tuvo lugar la tarde del 10 de junio de 1944, hace ahora 70 años. Tras rodear el pueblo, la población fue reunida en la Plaza del Mercado, incluidos los niños que fueron sacados de la escuela con el pretexto de verificar su identidad. Posteriormente, se separó a los hombres, que fueron asesinados en 6 lugares distintos del pueblo, mientras que a las mujeres y los niños se les encerró en la iglesia, la cual fue seguidamente incendiada. El balance de la represalia fue estremecedor: aquel fatídico día fueron asesinados en Oradour 642 personas, de ellas, 240 eran mujeres y 213 niños. Entre las víctimas, hubo 21 refugiados republicanos españoles y sus hijos, entre ellos la familia Gil Espinosa, originaria de Alcañiz, pues allí encontraron la muerte los padres, una pariente y dos hijas, Francisca y Pilar, gemelas de 14 años, como nos recordaba recientemente el historiador Juan Manuel Calvo Gascón, especialista en el exilio y la deportación republicana. Hoy, una placa erigida en 1945 por el Gobierno de la República Española en el exilio recuerda “A nuestros Mártires de Oradour”, único y sencillo homenaje para con ellos ya que la democracia española nunca los ha honrado de forma institucional.
Tras la liberación de Francia, el general De Gaulle decidió que Oradour no fuese reconstruido “para que se convierta en memoria al dolor de Francia durante la ocupación” y, desde entonces, el lugar es un monumento histórico, un emotivo monumento a la memoria, y en 1999 fue nombrada “Villa Mártir” por el entonces presidente Jacques Chirac.
Recientemente tuve ocasión de visitar las ruinas de Oradour. Todo se conserva tal y como quedó aquella trágica tarde: las casas incendiadas, al igual que los coches que había por sus calles; allí, una vieja bicicleta, allá, una máquina de coser, las ruinas de la cantina donde se reunían los republicanos españoles, la escuela de donde fueron sacados los niños para asesinarlos poco después. Impresionan los lugares del martirio, especialmente las ruinas de la iglesia, donde perecieron todas las mujeres y los niños y, donde el elevado calor fundió la puerta metálica del templo, la cual aparece ante nuestros ojos como un amasijo informe que nos recuerda la magnitud de la tragedia que allí tuvo lugar.
Impresiona igualmente el recorrido por el magnífico Centro de la Memoria construido al lado de las ruinas de la villa mártir, una gran instalación permanente que contextualiza y prepara al visitante para una visita en la que la historia trágica de Oradour se hermana con la emoción y el sentimiento que produce el transitar por las calles de lo que fue un hermoso pueblo de la campiña francesa hasta la llegada de las tropas nazis de las SS mandadas por el comandante Adolf Diekmann, responsables de tan bárbaro crimen contra una población civil indefensa, un crimen que sería juzgado por el Tribunal de Burdeos en 1953 y en el que se condenó a algunos de sus responsables. Y, para que tomen nota las autoridades políticas y judiciales españolas reacias a aplicar los principios de la justicia universal, todavía hoy, 70 años después, están siendo investigados y pendientes de juicio por el tribunal alemán de Dortmund algunos soldados nazis que participaron en la masacre de Oradour.
En un artículo reciente, Juan Manuel Aragüés destacaba con acierto la importancia y la presencia de la memoria histórica antifascista en Francia. Sin embargo, también allí, en la República Francesa, en el país que alumbró los derechos del hombre y del ciudadano tras su revolución, se está extendiendo la negra sombra que supone el auge de las ideas extremistas de derechas. Lo acabamos de comprobar con la victoria del Frente Nacional (FN) en los recientes comicios al Parlamento Europeo, todo un cataclismo electoral para la democracia y las instituciones galas. Tras el FN subyace una ideología mimética de los fascismos que asolaron Europa en los años 30 y que condujeron a la II Guerra Mundial. La amenaza es real y, en estos días hemos podido asistir a una sucesión de comentarios xenófobos y antisemitas de mal gusto y peor intención: así, Jean-Marie Le Pen, el histórico dirigente del FN, el que tiempo atrás calificó la existencia de cámaras de gas como “un detalle insignificante” de la guerra mundial, el que confiaba en el mortífero virus del Ébora para poner acabar con la inmigración, ahora ha respondido a las críticas de varios artistas judíos franceses diciéndoles que habría que hacer “una hornada” con ellos. Y su hija, Marine, la política de moda en Francia, la nueva imagen del neofascismo galo, no dudó en comparar a los inmigrantes con los topos pues según ella, a ambos hay que darles un mazazo cuando asoman la cabeza: este es su programa político para “ilusionar” a la sociedad francesa.
En momentos así resulta obligado el recordar las lecciones de la historia, como lo fue la tragedia de Oradour para que la memoria y la conciencia cívica se conviertan en una barrera infranqueable ante las amenazas totalitarias que están surgiendo en la sociedad europea. Las ruinas de Oradour nos lo advierten y nos lo recuerdan permanentemente.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en El Periódico de Aragón, 18 junio 2014)
REDUCIR IMPUESTOS: UN DOGMA NEOLIBERAL

La reciente decisión del Gobierno y en particular del ministro Montoro relativa a la bajada de los impuestos para 2015 tiene un doble propósito: electoral en la forma y engañoso en el fondo. No hay más que ver la fecha de su aplicación (previa a los comicios previstos para el próximo año) y, también, los nuevos tipos de tributación que contempla aplicables a las indemnizaciones por despido, al alquiler, a los dividendos o a los planes de pensiones. Nuevamente, el Gobierno de Rajoy intenta ser el alumno más aventajado de la clase en lo que a la aplicación de medidas neoliberales se refiere como es la bajada de impuestos, aunque oculta que esta reducción a quien realmente beneficia, como siempre, es a las rentas más altas que, una vez más, capean airosamente los escollos de la crisis económica en la que tantas vidas, esperanzas y economías domésticas han naufragado.
La reducción de impuestos, convertida en un auténtico dogma de fe neoliberal desde que fue puesto en marcha por los gobiernos de Reagan y Tatcher a comienzos de los años 80, responde a un momento en que, tras la pérdida de credibilidad de las políticas socialdemócratas y keynesianas, unido al fracaso del modelo de planificación económica de los países del llamado socialismo real del Este, la derecha económica actualizó, desde las ideas de Milton Friedman o Friedrich Hayek, los principios liberales clásicos: es lo que conocemos como neoliberalismo, doctrina contraria al Estado de Bienestar (al cual considera incompatible con el progreso económico) y que propugna la reducción del papel del Estado en beneficio de una economía de mercado desregulada, la misma que nos ha conducido a esta crisis global que padecemos. Esta doctrina económica, como hemos comprobado en estos años, pretende igualmente reducir el gasto público y los impuestos con el pretexto de que ello reactiva la iniciativa privada y la inversión, cuando, en realidad ha producido consecuencias negativas como la eliminación de las políticas sociales, el gradual desmantelamiento del Estado del Bienestar y el abandono del objetivo del pleno empleo.
La reducción de impuestos fue aplicada por Reagan por primera vez en 1981 con su “teoría de la oferta” puesta en marcha por David Stockman, el director de la Oficina de Presupuesto de los EE.UU. Igual hizo el gobierno de Margaret Tatcher, el cual realizó una política de privatizaciones que desmantelaron el sector público británico y supusieron unos grandes costes sociales. Con ello, el neoliberalismo dinamitó la idea de la economía capitalista de mercado con el compromiso social de ampliar y mantener un Estado de Bienestar de corte socialdemócrata de tan exitosos resultados desde el final de la II Guerra Mundial.
El dogma neoliberal tuvo numerosos seguidores que aplicaron seguidamente este tipo de políticas. Así lo hizo en Alemania, desde 1982, la coalición cristianodemócrata-liberal o Francia, donde el conservador Jacques Chirac impulsó a partir de 1986 una política de privatizaciones, favoreció el despido laboral y, por supuesto, suprimió el impuesto a las grandes fortunas creado por el anterior gobierno socialista de Miterrand, un gobierno que, no obstante, ya había iniciado un giro social-liberal que sería seguido posteriormente por otros partidos socialistas y socialdemócratas europeos como el Nuevo Laborismo de Tony Blair o la Tercera Vía del SPD de Gerhard Schröder.
A esta deriva social-liberal no ha estado ajena España: desde la época de los ministros socialistas Boyer y Solchaga, defensores de la ortodoxia liberal y monetaria, a las reducciones de impuestos de los gobiernos de Aznar y, también de Zapatero, quien cometió el dislate de afirmar que “bajar los impuestos es de izquierdas”, afirmación que dinamitaba la progresividad fiscal, una de las ideas fundamentales de la socialdemocracia. De hecho, los grandes recortes del gasto público en España son consecuencia directa de esas temerarias bajadas de impuestos pues, como señalaba Vicenç Navarro, “la congelación de las pensiones, la reducción de los salarios públicos y del gasto público podrían haberse evitado si no se hubieran recortado los impuestos del IRPF, llevados a cabo por Rato y después por Solves, ni se hubieran eliminado los impuestos sobre el Patrimonio, ni se hubieran hecho otras reformas fiscales regresivas, que han significado una enorme merma de los ingresos del Estado”.
En la actualidad, el PP retoma su programa económico inicial que contempla sustanciales recortes de impuestos, algo en lo que, por cierto, coincide plenamente con el Gobierno de Artur Mas pues, al margen de diferencias políticas, a la derecha española y a la catalana, les une un mismo dogma neoliberal. En esta misma línea hay que entender los denodados intentos de privatizar la Sanidad pública y las incipientes propuestas de, imitando lo hecho en su día por el gobierno de Pinochet en Chile, que piden la privatización total de las pensiones públicas.
Frente a las interesadas bajadas de impuestos, tan demagógicas como ineficaces para reactivar la economía y mantener el Estado de Bienestar, la socialdemocracia debe contraponer con energía y convicción una auténtica política de progresividad fiscal que priorice los impuestos directos. Ante la actual hegemonía neoliberal, la socialdemocracia sólo tendrá futuro si profundiza en una democracia participativa y enarbola de nuevo la lucha contra las desigualdades, tal como recoge la Red por la Justicia Fiscal Global con objeto de potenciar el Estado Social Europeo y, por supuesto, el mantenimiento de los servicios públicos.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 junio 2014)