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RÉQUIEM POR LA JUSTICIA UNIVERSAL

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     La aprobación el pasado 27 de febrero por parte de la mayoría absoluta parlamentaria del PP de  la limitación a la jurisdicción universal, regulada en el artículo 23 de la Ley 6/85 Orgánica del Poder Judicial,  supone  la práctica imposibilidad de que los tribunales españoles puedan investigar y enjuiciar delitos penados por el  derecho internacional tan graves como  el genocidio, los crímenes de guerra, las desapariciones forzadas o la tortura.

     La inquietante involución de la derecha gobernante en esta materia, un auténtico eclipse ético, ha hecho que  España, la tan mentada “marca España”, haya pasado de la mano de la tijera legislativa del PP, a consagrar la impunidad de los crímenes contra la humanidad, todo un cínico ejercicio de utilitarismo frente a los valores de la ética y la justicia. Al  igual que ya hizo Rajoy ante las imposiciones de la dictadura de los mercados y de la Troika, ha vuelto a claudicar en esta cuestión de humanidad para no contrariar a los poderosos intereses económicos y políticos  de China y de los Estados Unidos. Ya lo dijo tan ufano el diputado popular José Miguel Castillo cuando aludió a que, con estas limitaciones jurídicas, se había acabado en España lo que él calificaba con desdén como “la justicia quijotesca”, cuando ésta debería de ser un título de orgullo para cualquier político, para cualquier legislador que, pese a las dificultades, decida acometer con coraje la lucha contra los nuevos molinos de viento, convertidos hoy en genocidas y criminales de guerra tan repugnantes como Franco, Pinochet, George Bush o Jianj Zemin.

     España, también en este tema, de la mano de una derecha sin complejos, está empeñada en hacer retroceder el reloj de la historia y de la justicia a tiempos que creíamos superados. Ante esta impunidad, revestida de aparente legalidad, Baltasar Garzón nos recordaba que, “las voces que postulan el olvido [de estos crímenes] pueden tener algún argumento dialéctico o incluso político, pero no moral”. De hecho, esta pretensión involucionista, como bien señalaba Gaspar Llamazares, pese a su aprobación parlamentaria, tiene claros tintes anticonstitucionales.

     Resulta indignante que el nuevo marco legal aprobado en solitario por el PP, por muy mayoría absoluta que ésta sea, carece de una legitimación que no da la aritmética parlamentaria, que procede de la ética, la justicia y el derecho internacional. Resulta indignante que el PP extienda el manto de la impunidad, al igual que ya hizo con los crímenes del franquismo, deuda pendiente de nuestra democracia, sobre causas abiertas en los tribunales españoles como los genocidios en el Tíbet, el Sahara, El Salvador o Ruanda, los bombardeos sobre Gaza, los crímenes de las campos de concentración nazis o de Guantánamo, así como también el asesinato de José Couso. De esta forma, España va a pasar de adalid de la aplicación de la justicia universal a incumplir todos los convenios que, en materia de legislación penal internacional, ha suscrito tales como, entre otros, la Convención internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas de 2007 (ratificada por España en el 2009). Para nuestra desgracia, España se ha convertido en un lamentable abanderado de la impunidad universal ante la mirada complaciente de los EE.UU. o China, que siempre se han negado a reconocer al Tribunal Penal Internacional. Por todo ello, una vez más resulta una triste evidencia el constatar, en palabras del prestigioso historiador Ángel Viñas, que en España “vivimos una democracia de baja intensidad y de raíces muy endebles”.

     Debemos recordar que la justicia universal, ahora cercenada en España, permite que los jueces de todos los países del mundo puedan abrir investigaciones sobre cualquier tipo de violaciones graves de los derechos humanos, llevando ante los tribunales a los autores de tan execrables crímenes, sin importar quien los haya cometido. En este sentido, viene a la memoria una fecha memorable, la del 16 de octubre de 1998, en la cual el juez Garzón emitió una orden de detención contra el general Pinochet, todo un hito en la aplicación del principio de justicia universal, orden que tan entorpecida fue por el entonces gobierno presidido por José María Aznar. Igual de memorable fue el sumario 53/2008 sobre las víctimas del franquismo, también incoado por  Garzón y  en el que constan los nombres de 143.353 víctimas causadas por la represión fascista durante la guerra civil y la posterior dictadura. Ya sabemos que por esta razón y, por la investigación de la trama Gürtel, la derecha política, mediática y judicial, neutralizó la carrera judicial de Garzón pero, pese a ello, sigue habiendo 143.353 razones para que los demócratas españoles defendamos la aplicación de la legislación penal internacional. Lamentablemente, cuando la justicia española cierra sus puertas y, mientras se demanda la creación de una Comisión de la Verdad sobre los crímenes del franquismo, las víctimas se ven obligadas a recurrir,  en aplicación de la legislación penal internacional que en España no encuentran, a los tribunales de Argentina o a pedir amparo ante el Parlamento Europeo.

     Estamos asistiendo a un triste réquiem por la justicia universal en España. Evocando la célebre novela de Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas, constatamos con dolor que, dada la posibilidad de que los tribunales españoles actúen con arreglo a los principios de la justicia universal,  aquellas lúgubres campanas vuelven a redoblar hoy  por nosotros, por la cada vez más degradada calidad de la democracia en España.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 10 marzo 2014)

 

 

 

 

 

 

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11/03/2014 11:29 kyriathadassa Enlace permanente. Política-España No hay comentarios. Comentar.

MAX AUB Y LAS LECCIONES DE 1914

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      En este año en que se cumple el centenario de la I Guerra Mundial (1914-1918) la cual marcó el destino trágico de Europa durante el s. XX, están previstos diversos actos en los países entonces contendientes, no así en España que, afortunadamente, mantuvo su neutralidad durante la que ha sido llamada “la Gran Guerra”.

     Sin embargo, los ecos de la contienda no fueron ajenos a la opinión pública y a la política española del momento, dividida entre la derecha germanófila y la izquierda, partidaria de los aliados. Aún años después, la guerra siguió siendo tema de debate y, así, el 2 de febrero de 1930, la Juventud Socialista Madrileña organizó una conferencia titulada “Orígenes de la guerra de 1914” a cargo de Max Aub Mohrenwitz, a quien se presentó como “camarada alemán”, pese a ser ciudadano español (su familia, de origen franco-alemán, se había establecido en Valencia al inicio de la contienda) y, desde 1928, militante del PSOE. La figura de Max Aub como intelectual ha sido rehabilitada en estos últimos años valorándola como merece puesto que había sido injustamente ignorado dada su triple condición de judío, republicano y socialista, tres de las bestias negras de la derecha reaccionaria española. Esta misma rehabilitación de Aub se ha producido en el ámbito político, pues, expulsado del PSOE en 1946  por su afinidad al sector socialista liderado por el Presidente Juan Negrín, no fue hasta el 2008 cuando, al igual que otros destacados negrinistas, se le readmitió, a título póstumo, en las filas del partido fundado por Pablo Iglesias.

     Pero volvamos a la conferencia. En la misma, Aub analiza en detalle las causas que llevaron a semejante carnicería: las heridas abiertas tras la guerra franco-prusiana (1870), la Welt-politik del Imperio Alemán y el auge del militarismo germano. Pero, al igual que los historiadores actuales como Christopher Clark, no carga en exclusiva la responsabilidad de la guerra sobre Alemania, sino que recuerda las apetencias expansionistas de Rusia (que soñaba con llegar a Constantinopla aunque ello supusiese un enfrentamiento con Alemania y Austria) o las complejas relaciones germano-británicas en torno a la cuestión de la hegemonía naval. De igual modo, no obvia  la actitud de Francia, su país de nacimiento, con su “hediondo chauvinismo” por su reivindicación de Alsacia y Lorena y alentada por la política revanchista de Pointcaré. La crisis de los Balcanes fue el pretexto y,  como dijo William Martin y nos recuerda Aub, “la verdadera causa de la guerra es que todo el mundo creyó fatalmente que ocurriría”…y ninguna potencia hizo lo posible para evitarla.

     Iniciada ésta, tras su trágico balance de  31 millones de muertos, a doce años vista de su final, Aub extrajo en su conferencia varias conclusiones que siguen siendo válidas, tanto entonces, como ahora, en unos momentos en que el conflicto entre Rusia y Ucrania, “la mayor crisis  a la que se enfrenta Europa en el siglo XXI” según Willian Hague y que puede derivar en una nueva contienda armada  de consecuencias imprevisibles. En primer lugar,  imbuido del ideal utópico y humanitario que muchos desprecian,  soñaba con una fraternidad universal, internacionalista,  pues pensaba que sólo el socialismo democrático puede ofrecer la posibilidad de un mundo mejor y, de éste modo evitar, como decía Aub, que los trabajadores se “entreasesinasen” en guerras promovidas por los oscuros intereses del capitalismo.  En consecuencia, llama al pueblo a que nunca más vuelva a ser comparsa y víctima de la espiral belicista, la misma que ahora se quiere hacer prender en Ucrania, Crimea o en Donetsk. Pese al posterior estallido de la II Guerra Mundial por el delirio criminal nazi-fascista, la Europa surgida de sus ruinas a partir de 1945 parece haber aprendido de pasados errores y ahí está la ejemplar y masiva respuesta cívica contra la guerra de Irak de 2003.

    Aub, además del papel del proletariado en su época, o de la ciudadanía consciente y comprometida en la nuestra, confiaba en la eficacia de la Sociedad de Naciones para evitar futuros conflictos. Aunque ésta resultó débil e inoperante en la práctica,  ello nos recuerda la urgente necesidad de potenciar a la ONU como garante de la paz universal y más en este mundo actual donde la antigua disuasión bipolar entre dos bloques antagónicos (EE.UU./URSS) ha sido reemplazada, en expresión de Christopher Clark, por un sistema “cada vez más multipolar, opaco e impredecible”, por el auge de los nacionalistas excluyentes, de los fundamentalismos religiosos,  del racismo y la xenofobia y por un preocupante descrédito de los sistemas democráticos. Por ello, para evitar peligrosos paralelismos entre el mundo actual y el de 1914, Joachim Käppner considera indispensable revitalizar las instituciones de la Unión Europea recuperando el ideal de la Europa social, laica y progresista, además de fomentar la solidaridad internacional y, de este modo, evitar que, como en 1914 y en 1939, se reabra la caja de Pandora con su fatídica estela de odio entre los pueblos, conflictos fronterizos y auge de ideas totalitarias.

     Ahora que algunos quieren  hacer retumbar los tambores de guerra en el Este de Europa, recordamos cómo Max Aub  criticaba con dureza a los nacionalismos cerriles y rememorando lo que fue la inmensa tragedia de la Gran Guerra de 1914, nos advertía de que tanto la Humanidad como de forma especial el movimiento socialista internacional debían frenar las ambiciones de quienes pretenden hacer negocio con la guerra y, frente a ella, defender los ideales de la paz, la libertad y la justicia. Ese mismo reto sigue estando pendiente: esa es la lección de 1914.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 28 de marzo de 2014)

 

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28/03/2014 08:57 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

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