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LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

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     En abril de 1915, hace ahora un siglo exacto, Rosa Luxemburgo, una de las más importantes e influyentes teóricas marxistas del movimiento obrero contemporáneo, militante activa del ala izquierda del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), estando presa en la Prisión Real para Mujeres de Berlín, empezó a escribir un libro de gran influencia en el socialismo internacionalista: La crisis de la socialdemocracia. En el mismo, como señalaba Ernest Mandel, la autora, expresaba “el sentimiento de rebeldía que había provocado en todos lo socialistas internacionalistas y revolucionarios el estallido de la primera guerra mundial y la cobarde capitulación de los jefes socialdemócratas ante su propia burguesía capitalista”. En efecto, Rosa, con un texto de rasgos duros y certeros, lleno de intensidad y convicción política,  lanzó un contundente alegato no sólo contra la guerra, ese “gigantesco asesinato metódico y organizado”, sino también  contra la traición de los 110 diputados del SPD que, liderados por Ebert y Scheideman, votaron  el 4 de agosto de 1914 en el Reichtag a favor de los créditos de guerra y de este modo apoyaron,  con delirio nacionalista, la participación de Alemania en la vorágine de una guerra que asoló Europa.

     La lectura de La crisis de la socialdemocracia resulta muy recomendable  ya que, si por aquel entonces los partidos socialdemócratas renegaron de sus ideales pacifistas y apoyaron una guerra brutal, ahora esos mismos partidos, no sólo han claudicado ante el embate neoliberal sino que, en demasiadas ocasiones, han asumido algunos de sus postulados político-económicos. De este modo, la crisis global no sólo ha acabado con logros sociales y económicos trabajosamente conseguidos sino que ha puesto de manifiesto la inoperancia de la socialdemocracia y, especialmente de lo que se llamó Tercera Vía, esa teoría ideada por Anthony Giddens, ese “marketing” político que intentaba convertir a la socialdemocracia en una ideología descafeinada, en un “socialiberalismo” y que tuvo, como fieles seguidores a Tony Blair y su New Laborism, sin olvidar el pragmatismo y su renuncia al marxismo de Felipe González, a las políticas de Schröeder en Alemania, de Zapatero en España o de Manuel Valls en Francia. Los efectos de este “giro al centro” saltan a la vista y, como señalaba Andrea Rizzi, los partidos socialdemócratas están siendo laminados en toda Europa no sólo por su nefasta gestión de la crisis económica sino, también, por la escasa credibilidad de sus propuestas políticas.

     Si en 1915 Rosa Luxemburgo criticaba la inoperancia de la II Internacional para impedir el estallido bélico en Europa, constatamos ahora la absoluta ineficacia de la Internacional Socialista para frenar primero y presentar, después, un programa coherente, sólido y efectivo que hiciera frente a la devastación neoliberal, al deterioro de nuestro Estado de Bienestar, a la pérdida de derechos sociales y laborales, a la degradación de nuestra democracia.

     Rosa, tras romper más tarde con el SPD fundó junto con Karl Liebknecht   la Liga Espartaquista (1916) y  más tarde, el Partido Comunista Alemán (KPD): ambos pagaron con su vida su coherencia política y fueron asesinados en enero de 1919 por  los grupos paramilitares de la extrema derecha alemana. La incoherencia de la socialdemocracia propició la escisión comunista en el movimiento obrero internacional y ahora, tras unos años florecientes en los que los partidos socialdemócratas fueron artífices de la construcción del Estado de Bienestar en Europa, pueden convertirse en una fuerza marginal si no retoman, de forma inmediata, sus principios, su coherencia ideológica y su firmeza como fuerza progresista transformadora. De lo contrario, como advertía Rosa, la socialdemocracia desaparecerá (recordemos los casos de Italia o Grecia) “para dejar lugar a los hombres que estén a la altura de un nuevo mundo”. Y es que, en las circunstancias actuales, ante la desafección que producen los partidos socialdemócratas en Europa, era lógico que surgiesen nuevos movimientos políticos y sociales a su izquierda  los cuales, ante la  emergencia social debida a la involución y sufrimiento causado por las políticas de la derecha, ha hecho que algunos autores, como Antonio Méndez Rubio,  aludan a la existencia, en la práctica, de un “fascismo de baja intensidad”. Por ello,  debería de exigírseles, por responsabilidad histórica, que optasen por la convergencia política, por las candidaturas unitarias, por tender, desde la izquierda, todos los puentes de entendimiento que sean precisos. Recordando a Rosa cuando aludía el capitalismo como  ese “mordisco de la fiera  mortal” y de “aliento fétido”, esa misma imagen sería aplicable al neoliberalismo capitalista, salvaje y desregulado que se ha hecho dueño de nuestras vidas y haciendas, que impone sus intereses por encima de las instituciones democráticamente elegidas y ello exige unir fuerzas contra semejante fiera.

     La socialdemocracia todavía tiene una oportunidad si, como nos recordaba Cándido Marquesán, es capaz de  analizar el esfuerzo emancipador y de renovación ideológica del llamado Socialismo del siglo XXI que ha arraigado con fuerza en América Latina. Y, además de valorarlo, dejando atrás anacrónicos europocentrismos, sea capaz de extraer conclusiones prácticas de las políticas llevadas a cabo, por ejemplo, en Bolivia o Ecuador y, sobre todo, de aplicarlas. Tal vez así, la socialdemocracia vuelva a ser, como líricamente decía Rosa Luxemburgo hace ahora 100 años, esa firme “roca en medio del bramido del mar”, ese “gran faro” del socialismo internacional que nunca debió dejar de ser. De lo contrario, le espera un sombrío futuro con el riesgo cierto de convertirse en una fuerza política irrelevante, de desaparecer como motor de cambio y de justicia social.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 12 abril 2015)

 

 

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12/04/2015 16:05 kyriathadassa Enlace permanente. Socialismo No hay comentarios. Comentar.

LECTURAS ¿UTÓPICAS?

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    El humanista Tomás Moro escribió en 1516 su Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, en una época en que las viejas ideas del Medievo quedaban superadas por el pensamiento del Renacimiento. En esta obra, de gran trascendencia y difusión en Occidente, próxima a cumplir su 5º centenario, Moro,  desde sus profundas convicciones cristianas, asumió un claro compromiso social, algo que, entonces como ahora, resulta imprescindible para dignificar la vida, mejorar el presente y conquistar un futuro digno.

    Releyendo las páginas de  Utopía, hallamos a un Tomás Moro que siempre al lado de los pobres, que se enfrentó a los poderosos de su época, incluido su rey Enrique VIII, lo cual sería motivo de su posterior ejecución y por lo que fue canonizado por la Iglesia católica. Y es que Moro, dejó patente su defensa de los humildes, de quienes son explotados por los ricos, y se opuso con firmeza a aquellos que les pagan lo menos posible y sacan de ellos el mayor rendimiento, de aquellos poderosos que han amasado injustamente sus fortunas, de aquellos que “en nombre del bien público”, salvaguardan sus privilegios y su posición social por medio de las leyes que les son propicias. Leyendo esto en las páginas de Utopía parecen venir a nuestra mente los efectos de la devastación social causados por la actual crisis global. Por eso, parecen premonitorias las afirmaciones de Moro de que “la avaricia irracional de unos cuantos, lo que parecía una gran prosperidad”, debido a la codicia insaciable, “degenerará en su ruina”, al igual que ocurrió, en nuestra sociedad actual,  con el espejismo de las pasadas burbujas inmobiliarias o bursátiles. Entonces, como ahora, la verdadera culpable de esta situación, como bien señaló Moro, era la codicia humana, “las malas artes de los ricos, que realizan sus negocios bajo pretexto y en nombre de la comunidad” y, por ello, ¡qué decir de los escándalos financiero-bancarios y del repetido mantra de la necesidad de salvar el sistema financiero a costa de los recursos públicos!. Estas malas artes, de ayer y de hoy, como apuntaba el pensador inglés, son las que hacen que los poderosos “inventen todas las trampas posibles, tanto para almacenar la mayor riqueza adquirida ilícitamente”, como también “para obtener al menor precio posible las obras a costa de los sudores de los pobres”. Y la injusticia social, entonces como ahora, adquiere rango de ley puesto que, como bien señalaba Moro, “estas perversas intenciones las dictan los ricos como ley en nombre de la sociedad”.

     Frente a esta situación, Moro apunta ideas tendentes a un reparto más justo de la riqueza en la isla de Utopía. Es por ello que considera que “los pobres son más merecedores de las riquezas que los acaudalados, pues estos son codiciosos, injustos, indignos y negligentes” (el paralelismo con la realidad actual es evidente). Consecuentemente, la crítica social de Moro le lleva a rechazar el poder de los nobles, banqueros y aduladores a los que considera “gente parásita, aduladora y frívola”, mientras que exalta a los trabajadores, a los que considera el sustento real de la sociedad y del Estado. Por ello, como humanista cristiano que era, se indigna ante las injusticias  de su época, por lo que clama con energía: “¿Qué añadiré de los ricos que recortan cada día un poco más los salarios de los pobres, no sólo fraudulentamente, sino amparados por las leyes?”.Frente a ellos, su concepto de riqueza, no sólo se basaba en criterios de justicia social, sino también en la importancia que concede a la ética personal, siempre tan necesaria, y, por ello, se pregunta: “¿Quién puede ser más rico que el que tiene la conciencia limpia, libre de preocupaciones?”.

    Además de esta crítica social, en la Utopía de Moro también hallamos propuestas concretas, tan novedosas en su época como de candente actualidad en la nuestra. Este es el caso, por ejemplo,  de su defensa de la jornada laboral de 6 horas por considerarla “suficiente para proporcionar lo necesario bienestar” siempre y cuando “las clases ociosas” que él identifica con la nobleza y el clero, las cuales “vegetan en la pereza y el abandono”, fueran obligadas “a trabajar en algo de utilidad e interés común”. Esta sería la versión renacentista del ideal de “trabajar menos, para trabajar todos” en nuestro actual escaso mercado de trabajo.

    Otra idea novedosa de su Utopía sería la defensa de la sanidad en esa isla imaginaria. Por ello, los gestores-recortadores  de nuestro sistema público de sanidad deberían releer a Moro cuando dice que “los utópicos tienen una especial consideración para sus enfermos, a los que cuidan en hospitales públicos” en los cuales, “los enfermos, aunque sean muchos, nunca tienen  que sufrir escaseces ni privaciones”. Y más aún, en relación a trato que reciben los pacientes, añade que “no se ahorra nada de lo que pueda ser bueno para lograr su curación, sean alimentos o medicinas” y a los que “les dan todo lo que precisen para aliviar su dolencia”. Tomen nota nuestros responsables políticos de estas afirmaciones, escritas hace cinco siglos, para casos tan flagrantes como el drama actual de los enfermos afectados por la Hepatitis C.

     Todas estas tareas deberían de ser asumidas y aplicadas por los gobernantes, tanto de Utopía, como de nuestra sociedad contemporánea, por gobernantes honestos y eficaces. El compromiso ético y social de Moro le hizo rechazar la ineptitud de quienes ostentaban el poder y responsabilidades públicas. Por ello, no dudó en afirmar, con total contundencia, algo de lo que también deberían tomar nota primero, y aplicar después, nuestros gobernantes: “Quien no sabe regir a su pueblo sino despojándole de todas las comodidades de la existencia, no tiene ningún derecho a gobernar hombres libres y es conveniente que se retire dada su ineptitud, pues toda incapacidad conduce al odio y al desprecio del pueblo”.

    Este es el legado, plenamente vigente, del pensamiento y compromiso social de aquel gran humanista que se llamó Tomás Moro. Merece la pena releer su obra, su Utopía, para hacerla realidad.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 abril 2015)

 

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30/04/2015 09:14 kyriathadassa Enlace permanente. Humanismo No hay comentarios. Comentar.

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