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EL LEGADO DE VÍCTOR PRUNEDA

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    Hoy, 1 de noviembre, se cumplen 206 años del nacimiento del político republicano federal Víctor Santos Pruneda Soriano (Ferrol, 1809 – Teruel, 1882), aquel joven gallego que un día recaló en las tierras turolenses, a las que amó apasionadamente y que, en mi opinión, puede considerarse como el político más destacado del Teruel del siglo XIX, el de mayor coherencia y honestidad, siempre impulsado por una profunda ética en la práctica política en defensa de sus ideales democráticos, republicanos y federalistas.

    Después de tiempos de injusto olvido, en estos últimos años se ha hecho justicia con  Pruneda recuperando su memoria y su legado político. De este modo, a partir del pionero estudio  de Eloy Fernández Clemente, el descubridor del político republicano, han ido apareciendo diversas investigaciones históricas sobre el pensamiento y trayectoria política de Pruneda, su nombre ha retornado a la toponimia urbana turolense y el Ateneo Republicano de Teruel ha asumido la tarea de divulgar su pensamiento político, hechos éstos que me producen una profunda satisfacción.

     No pretendo ahora incidir en la innegable importancia histórica de su figura, en la multitud de motivos que, recogidos en la biografía  que le dediqué hace ya unos años titulada Víctor Pruneda, una pasión republicana en tierras turolenses (2001)  o más recientemente en un nuevo libro,  Víctor Pruneda y su destierro en Canarias que, editado por el Instituto de Estudios Turolenses hace ya más de un año, a fecha de hoy, se halla todavía pendiente de presentación y distribución. Pero, al margen de su importante, intensa y agitada vida política, quisiera ahora reseñar tres aspectos del pensamiento prunedista que tienen plena vigencia en la actualidad.

     En primer lugar, el republicano Pruneda es todo un ejemplo de cómo, en tiempos difíciles, la firmeza de los referentes éticos resulta imprescindible en la actividad política, tan denostada en la actualidad en determinados ámbitos. De este modo, al margen de las preferencias partidarias de cada cual, Pruneda fue de esas personas que dignificaron el noble ejercicio de la política, entendida como un servicio cívico para lograr mejoras progresivas en la sociedad que le tocó vivir. Pruneda comprendió que cuando se actúa en política desde la ética y la coherencia, cuando se es fiel a los ideales, siempre por encima de los personalismos, cuando se enarbola la defensa de los humildes, es cuando verdaderamente la acción política se convierte en una herramienta capaz de abrir nuevos horizontes de libertad y progreso, de anticipar un futuro mejor para todos. Este hecho fue destacado incluso por sus más enconados adversarios (y tuvo muchos) pues siempre reconocieron en Pruneda los valores de la coherencia, la tenacidad para afrontar los sacrificios que la defensa de la libertad nos exige en tiempos adversos (los seis destierros y confinamientos que padeció en su vida son ejemplo de ello), y el hecho de que muriese pobre, esto es, que jamás emplease la política (y ocasiones tuvo) para medrar o enriquecerse. Todo un ejemplo en los tiempos que corren.

     En segundo lugar, el pensamiento de Pruneda representa lo que puede definirse como un nuevo patriotismo republicano español, esto es, la aspiración a establecer una España plenamente democrática tanto en el ámbito ciudadano como en la relación con sus territorios, con aquellos que pactan libremente compartir un futuro común bajo en modelo de una República Federal. Retomando el lema de “Soberanía del pueblo. Economías. Reformas” de El Centinela de Aragón, el mítico periódico republicano fundado por Pruneda en Teruel en 1841, la República Federal era su ideal político, sinónimo de igualdad de derechos democráticos para todos los ciudadanos (sin privilegios de cuna o posición social), máxima descentralización de los poderes públicos y de una sociedad secularizada libre de interferencias clericales. En el fondo del pensamiento prunedista subyacen ideas progresistas tan actuales como el llamado “patriotismo constitucional” en una nueva España plural entendida como “nación de naciones”, lo cual supone redefinir el sentido de “lo español”, libre de nostalgias del pasado, así como asumir sin recelos ni prejuicios la realidad plurinacional de España, que sólo puede hallar un armonioso engarce territorial por medio de un modelo federal y republicano. Sin duda, esta es la única salida posible ante el actual embate soberanista de Cataluña pues, como diría Pruneda, la República Federal “es el suave lazo que a todos une y a ninguno ata”.

     En tercer lugar, Pruneda nos dejó el ejemplo de su amor apasionado por las tierras y las gentes de Teruel. Sorprende comprobar cómo llegó a sentir tan hondo el alma y el carácter de esta tierra, en la que por espacio de más de 50 años compartió penas, adversidades políticas y, también, anhelos de libertad, progreso y desarrollo económico: ahí están, a modo de ejemplo, sus campañas a favor de las comunicaciones ferroviarias en las cuales depositaba toda su confianza para la regeneración económica turolense y que, todavía, hoy,  siguen siendo una deuda pendiente para con nuestra tierra.

    Recordando a Pruneda, quien fue definido en su tiempo como “el decano de la democracia española”, y que también fue Gobernador Civil de Zaragoza durante la I República, bueno sería asumir el legado prunedista. Su ejemplo nos impulsa a esforzarnos día a día por conquistar un futuro digno para nuestra tierra por encima de tantos olvidos e  injusticias. Por ello, ciudadanos e instituciones, cada cual desde su responsabilidad, debemos  asumir el reto de reactivar la pasión y el legado prunedista: este sería nuestro mejor homenaje a Pruneda y un ejemplo de que su ética personal, su acción y el pensamiento político,  siguen abriendo horizontes de futuro y progreso.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en El  Periódico de Aragón, 31 octubre 2015)

 

 

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04/11/2015 12:12 kyriathadassa Enlace permanente. Historia Teruel No hay comentarios. Comentar.

TAL VEZ AÚN NO SEA TARDE

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    Ante la actual situación política en Cataluña resulta recurrente la imagen de que estamos asistiendo a un “choque de trenes”, algo que siempre es preludio de una catástrofe. A ello nos ha llevado tanto los delirios secesionistas como el inmovilismo de la derecha gobernante, incapaz de plantear propuestas políticas que contrarrestasen la creciente desafección de buena parte de la sociedad catalana y su deseo de emprender el camino hacia la independencia.

    Muchas han sido las etapas que nos han llevado a la actual situación y muchas han sido, también, las ocasiones perdidas para reconducir el desencuentro político entre Cataluña y el resto de España. Así, tras la aprobación de la Constitución de 1978, bien pronto quedó patente que el nuevo Estado Autonómico, pese a sus innegables ventajas, se quedaba corto para  Cataluña y Euskadi, siendo constantes las demandas de ambos territorios reclamando mayores cotas de autogobierno y, también, el reconocimiento de su “realidad nacional”. En el caso de Cataluña, se produjo una quiebra política y emocional tras la sentencia del Tribunal Constitucional de 2006 que, planteada tras el recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP, podó buena parte del contenido del reformado Estatut de Cataluña. Desde este desgarro, ya nada fue igual y el “soufflé” independentista y la desafección hacia España empezó a subir cada vez más en el horno de la política catalana. Un nuevo paso en este proceso tuvo lugar tras el rotundo rechazo del Gobierno de Rajoy a la propuesta de Artur Mas de negociar un pacto fiscal para Cataluña en 2012. A partir de entonces, los acontecimientos y la deriva secesionista se aceleraron.

    Así las cosas, dos cuestiones parecen claras a la hora de hallar una salida razonable ante semejante marasmo político. La primera, sin ninguna duda, pasa por el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro mediante un referéndum  siguiendo los ejemplos de Quebec y Escocia. La segunda, que si de dicha consulta legal saliese la decisión mayoritaria de que Cataluña permaneciese unida a España, ésta debería de articularse con  arreglo a un modelo territorial plenamente federal.

    No obstante, el federalismo, como alternativa ante las actitudes de la derecha españolista y del secesionismo catalán, tiene que hacer frente el enquistamiento numantino en que se hallan sumidas las dos posturas confrontadas. Y sin embargo, es el único camino que parece viable.  Para resolver la cuestión catalana, poco se puede esperar de la derecha, incapaz de reconocer la realidad plurinacional de España, pero tampoco el PSOE, el otro partido que ha ocupado el Gobierno desde la recuperación de la democracia, está exento de responsabilidad. Tal es así que la defensa del federalismo tuvo escaso eco en su práctica política, tanto durante los años del gobierno de Felipe González (1982-1996), como durante los de Zapatero (2004-2011). De este modo, sólo la minoritaria corriente Izquierda Socialista (IS) y José Antonio Pérez Tapias, uno de sus más brillantes militantes, enarbolaron la bandera de la España federal. Lo mismo podemos decir del PSC, que siempre manifestó sus profundas convicciones federalistas. Sin embargo, no fue hasta el nuevo pacto territorial propuesto en la Declaración de Granada de 2013 cuando el PSOE optó por la defensa del federalismo: para entonces, se habían perdido unos años vitales para asentar  las propuestas federalistas que hubieran evitado en gran medida la deriva secesionista catalana

    Por todo lo dicho es importante recordar que ya en 1987, hace  28 años, el PSC planteó todo un proyecto territorial federal que fue desoído por un PSOE entonces en el poder liderado por el tándem Felipe González y Alfonso Guerra, nada proclives a estas ideas anclados como estaban en los viejos tópicos del jacobinismo centralista imperante en aquellos años de fulgurante hegemonía del felipismo. En consecuencia, el PSOE no apostó por el federalismo solidario como le demandaban sus compañeros del PSC y, en cambio, prefirió seguir pactando la gobernabilidad del Estado con las derechas nacionalistas del PNV y de CiU.

    Las propuestas planteadas por el PSC hace casi tres décadas quedaron recogidas en un libro colectivo titulado Federalismo y Estado de las Autonomías (Barcelona, 1988) en el que expusieron sus puntos de vista políticos socialistas como Raimon Obiols, Pascual Maragall,, Jordi Solé Turá, así como intelectuales militantes o afines al PSC, entre ellos,   economistas (Lluís Armet o Antoni Castells), historiadores  como Isidre Molas, Jaume Sobrequés o Josep Termes (del PSUC), así como juristas y especialistas en Derecho Constitucional como José Antonio González Casanova. Anselmo Carretero, Xavier Arbós, Joan Marcel o Eliseo Aja.  Todos ellos aún valorando el avance histórico y político  que suponía el Estado de las Autonomías, reconocían que éste, ya a la altura de 1987, como señalaba Lluís Armet, “no ha dado una respuesta satisfactoria para la superación de los problemas de las nacionalidades históricas” y, consecuentemente, el federalismo era el modelo idóneo para lograr el “objetivo histórico” de incorporar a Cataluña y Euskadi a un proyecto colectivo puesto que, habiéndose descentralizado la gestión y el gasto público, éste proceso no había sido acompañado en la misma medida de una descentralización del poder político y por ello, el PSC  demandaba el inicio de un segundo proceso autonómico, más político y menos administrativo y, de este modo, que los Gobiernos autónomos pudieran participar de forma directa en las decisiones del Estado que les afecten. Además, como señalaba Pasqual Maragall, el ansiado Estado Federal debía ser aquel “en que todos los poderes han de compartir unos objetivos comunes y ser capaces de poner en marcha mecanismos para conseguir un mismo objetivo: la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos”, objetivo éste último que debía primar sobre estériles debates identitarios.

  Hoy, tras demasiados años perdidos para apostar decididamente por el federalismo, nos hallamos ante una situación de máxima tensión política y cuyo desenlace es un enigma plagado de riesgos e incertidumbres. Por ello, volviendo a los símiles ferroviarios, tal vez aún no sea tarde para coger el tren del federalismo, pues es la última oportunidad  para llegar a una estación que ponga fin de forma pactada y razonable a este conflicto político y territorial. Tal vez.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 17 noviembre 2015)

 

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17/11/2015 08:32 kyriathadassa Enlace permanente. Política-España No hay comentarios. Comentar.

FANATISMO Y BARBARIE

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     Los trágicos sucesos ocurridos en París el pasado 13 de noviembre, grabados en nuestras retinas y en nuestros corazones, han puesto de manifiesto la amenaza que supone la barbarie fanática yihadista para nuestros valores de civilidad, respeto y convivencia democrática. Ello me ha hecho volver a leer en estos días las muy interesantes (y oportunas) las reflexiones de Amos Oz, escritor y relevante intelectual de la izquierda pacifista israelí, varias veces nominado al premio Nobel de literatura,  recogidas en su libro Contra el fanatismo (2003), en el que nos advierte de que “no es lo mismo perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán que luchar contra el fanatismo”, razón por la cual intenta ofrecer en su obra un análisis sobre la naturaleza de las distintas formas de este espectro amenazador.

     Para entender lo que significa la vieja lucha entre la civilidad y el fanatismo, hay que recordar que el germen de este mal no es patrimonio exclusivo de nadie y que puede brotar en cualquier lugar ya que, “el fanatismo es más viejo que el Islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Es más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”. Y es cierto: el gran sabio andalusí Averroes, ya en el s. XII advertía que “la ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, y el odio lleva a la violencia”.

    La semilla del fanatismo, ese “gen malo” latente en el ser humano, brota siempre que se adopta una actitud de superioridad e intolerancia hacia los demás, siempre que se exige la total adhesión a unas ideas o creencias determinadas.  De ello se derivan características comunes a todos los fanáticos como son el culto a la personalidad, la idealización de líderes políticos o religiosos y las consecuencias de todo ello son nefastas ya que propician la aparición de “regímenes totalitarios, ideologías mortíferas, chovinismo agresivo y formas violentas de fundamentalismo religioso”.

    Amos Oz, que se define como “experto en fanatismo comparado” dada su condición de judío nacido en Jerusalem, considera que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar sus modos de vida o pensamiento. En este sentido, el ejemplo de Bin Laden resulta revelador. En la mente del líder de Al-Qaeda su fanatismo parte de la idea de que los valores occidentales habían debilitado seriamente al Islam. Por ello, para defenderlo, Bin Laden considera que no sólo es necesario golpear fuerte a Occidente (ahí está la tragedia del 11-S para demostrarlo), sino que hay que “convertir” a nuestra sociedad secularizada y laica. Amos Oz resume con claridad el  objetivo final del islamismo radical: “Sólo prevalecerá la paz cuando el mundo se haya convertido no ya al Islam, sino a la verdad más rígida, feroz y fundamentalista del Islam. Será por nuestro bien, Bin Laden nos ama esencialmente. El 11 de septiembre fue un acto de amor. Lo hizo por nuestro bien, quiere cambiarnos, quiere redimirnos”. Es lo mismo que pretende el Estado Islámico con la brutalidad que lo caracteriza: purificar con sangre los “pecados” de Occidente. Semejante afirmación no debe sorprendernos si pensamos que el fundamentalismo islámico del s. XXI no difiere en nada respecto al fanatismo cristiano del medievo europeo. La idea de “redención” esgrimida por Al-Qaeda es la misma que  la utilizada por la Inquisición, que, con sus prácticas bárbaras, consideraba que torturando o quemando en la hoguera a infieles y herejes, éstos, en caso de arrepentirse, lograrían la salvación eterna de sus almas. En esta misma línea, Amos Oz, en una conferencia pronunciada el 14 de noviembre, al  día siguiente de los atentados de Paris, en el Instituto Nexus de Amsterdan, convertida en un apasionado alegato contra los fanatismos (en plural), se preguntaba: “¿quién podría imaginar que el siglo XX sería seguido de inmediato por el siglo XI?”, una pregunta inquietante ante el bullir creciente y amenazador del yihadismo global que pretende retrasar el reloj de la historia a los tiempos de la barbarie medieval. No obstante, Amos Oz no está de acuerdo con la visión de Samuel Huntington según la cual estamos asistiendo a una guerra de civilizaciones sino más bien, a “una lucha universal entre fanáticos, todas las clases de fanáticos, y el resto de nosotros” pues se niega a considerar como “civilización” la barbarie que enarbola en sus negras banderas el yihadismo radical.

    Frente al espectro del fanatismo irracional, se hacen necesarias actitudes y soluciones sólidas y eficaces. Los conflictos internacionales que fomentan el fanatismo y la violencia sólo se resuelven con un profundo sentido de la justicia y la solidaridad, lejos de toda dominación económica o paternalismo político. Por ello, una forma de combatir el fanatismo es la capacidad para resolver con valentía, justicia  y visión de futuro conflictos enquistados como los de Palestina, Siria, Irak, Kurdistán, Libia o Afganistán. También debemos hacer un serio análisis sobre las causas del fracaso de la integración de amplios sectores de jóvenes musulmanes en nuestras sociedades occidentales con la consecuente frustración y desarraigo  que ello genera y que les hace buscar sentido a su vida (y a su muerte) en el radicalismo yihadista.

    Frente al fanatismo religioso, político, étnico o territorial, Amos Oz recordaba hace unos días que “las malas ideas deberían ser vencidas por ideas mejores” puesto que el Estado Islámico “no es sólo un grupo de asesinos, es una idea nacida de la rabia, la desesperación y el fanatismo” y, aunque se puede recurrir a la guerra, como ahora proclama François Hollande,  para derrotar al yihadismo, debemos ser conscientes de que, tras su derrota, aprendiendo de pasados errores cometidos en Irak o Libia, “el vacío consiguiente debe llenarse con mejores ideas” y ello supone, en consecuencia, la imperiosa necesidad de combatir la injusticia, de buscar soluciones políticas para que la vida, la razón y la convivencia en paz prevalezcan frente a todo tipo de fanatismos y barbaries.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 29 noviembre 2015)

 

 

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30/11/2015 09:55 kyriathadassa Enlace permanente. Terrorismo No hay comentarios. Comentar.

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