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DES-CIVILIZACIÓN

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     Vivimos tiempos confusos en este agitado inicio del s. XXI. Logros que creíamos permanentes están siendo laminados por el acoso a que está siendo sometido el Estado de Bienestar por parte de las políticas neoliberales; los conflictos armados,  el auge de los movimientos xenófobos, racistas o de inequívoco signo neofascista, así como el fanatismo yihadista suponen una seria amenaza para nuestras democracias. A todo ello se suma que los valores e ideales que dieron razón de ser a la Unión Europea parecen diluirse en un profundo océano de egoísmo e insolidaridad, el mismo en el que se hunden las esperanzas (y las vidas) de tantos inmigrantes que lo arriesgan todo para llegar a esta Europa cada vez más autista y hermética ante el sufrimiento de estas personas que huyen de sus países de origen por causa de la guerra o la miseria.

     Con este agitado y turbulento mar como telón de fondo, resultan interesantes las reflexiones del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, vicedecano del Centro Mahatma Ghandi para estudios sobre la Paz de la Universidad Global Jindal. Para este pensador estamos asistiendo a una pérdida del sentido de la civilización, del progreso humano, unido a una profunda desilusión de la humanidad derivada del auge creciente de la violencia y del fanatismo, unido a una crisis general del pensamiento, situación ésta que define como “des-civilización”. En este sentido, destaca cómo la capacidad de empatía ha sido durante siglos lo que ha permitido que la raza humana avanzase frenando su capacidad de generar violencia. Así, cuando se evidencia la desaparición de esa empatía en la sociedad actual, es cuando se produce un proceso de des-civilización. Por ello, este término no significa la ausencia de civilización, sino “un estado de civilización sin sentido ni reflexión”. De este modo, para Jahanbegloo “la des-civilización se da cuando sociedades o individuos pierden su autoestima ignorando o privándose de la capacidad de empatía como proceso de reconocimiento del otro. Contradice el proceso de civilización a través del cual la persona descubre la humanidad y afirma su propio ser como animal ético”.

     Llegados a este punto, el resultado resulta dramático pues parece como si se hubiesen apoderado de la historia los fanáticos de cada tiempo y lugar. Hoy podríamos recordar la negra sombra de los talibanes, de Al-Qaeda, Boko Haram o el Estado Islámico, como síntomas de este proceso de des-civilización. En el caso concreto del Estado Islámico, el ejemplo más patente de “una cultura de la muerte”, consecuencia de “la muerte de la cultura”, Jahanbegloo se lamenta del declive de la herencia del humanismo islamista heredera del pensamiento de Averroes, en la misma medida que, en nuestro ámbito cultural, resulta no menos evidente el olvido  de los ideales del humanismo europeo, acosado por los movimientos xenófobos y racistas y por el voraz individualismo insolidario y la demagogia de los populismos derechistas. De este modo, nuestro filósofo considera otro síntoma de la des-civilización el hecho de que surjan políticos emergentes tan peligrosos como Donald Trump, fenómeno político que considera, en el caso de los EE.UU., como “el resultado de esta crisis general del pensamiento y reflexión en nuestro mundo”. En consecuencia, la des-civilización es un fenómeno que tiene diversos perfiles, puesto que se trata de una cuestión con consecuencias sociales, políticas y culturales.

    Una de las causas que ha favorecido esta creciente y preocupante des-civilización ha sido el fracaso de las bienintencionadas políticas y proyectos que fomentan el multiculuralismo y la integración intercultural. Este hecho resulta evidente, por desgracia, en diferentes países: tomando por ejemplo a Francia, ésta no ha sido capaz de integrar a buena parte de la minoría musulmana en lo que se conoce como “los valores de la República” y ello ha traído consecuencias funestas que pasan desde el rechazo y la exclusión social, hasta el fomento del odio, antesala de la violencia. De este modo, cuando un joven musulmán nacido en Europa, bien sea en Francia, Bélgica, Alemania u cualquier otro país, se siente rechazado y excluido socialmente y es cuando, como por desgracia hemos comprobado, el Estado Islámico les proporciona los medios para su sangrienta venganza.

      Por ello, para acabar con todos estos síntomas de la des-civilización, para evitar que el odio y la violencia se impongan sobre la empatía y el fomento de una sociedad integradora, resulta vital retomar los valores de la civilización humanista, la que da razón de ser al progreso ético de la humanidad y ello pasa por, apostar decididamente por la multiculturalidad, por aceptar al diferente y asumir los valores que éste aporta a una auténtica convivencia respetuosa con la pluralidad, con una sociedad cada vez más mestiza social y culturalmente. El resolver de forma positiva el reto de la integración, evitando el rechazo, la exclusión y también la islamofobia, resulta vital para frenar esta ola de des-civilización que pretende anegarnos.

     Jahanbegloo, decidido pacifista, seguidor del pensamiento de Ghandi, y autor de obras tales como Elogio de la diversidad (2007) y La solidaridad de las diferencias (2010), considera que “no hay ningún problema más importante que la política de la venganza, y no hay respuesta más importante que la que se caracteriza por la idea de la no violencia”. Por ello, tolerancia, empatía, multiculturalidad y el retomar el espíritu de aquel sugerente proyecto que representa la injustamente minusvalorada Alianza de Civilizaciones, son el auténtico antídoto para frenar este peligroso proceso de des-civilización del cual nos advierte con lucidez el filósofo Ramin Jahanbegloo.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 2 octubre 2016)

 

 

 

 

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07/10/2016 08:43 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

SUENAN TRUMP-PETAS AMENAZANTES

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     Las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre en los EE.UU. va a tener innegables consecuencias en el ya de por sí agitado mapa de la política internacional, especialmente, en el supuesto caso de que Donald Trump, el multimillonario candidato del Partido Republicano, se convirtiera en el nuevo inquilino de la Casa Blanca

     Así las cosas, una ola de desconcierto y preocupación invade a una parte de la sociedad americana que todavía se pregunta cómo una figura tan polémica, imprevisible, demagoga y con una profunda ignorancia sobre el funcionamiento de las instituciones como es Trump pudiera hacerse con la presidencia de los EE.UU. Y es que “The Donald”, como es conocido este nuevo y peligroso histrión de la política, del que hace unos meses pocos imaginaban que se convertiría en candidato presidencial, ha sacudido el mapa político de los EE.UU. puesto que, como señalaba Carlota García Encina, “todos pensaban que en algún momento diría algo demasiado escandaloso, algo tan fuera de lugar que haría que la balanza dejara de serle favorable”. Y, sin embargo, Trump ha llegado hasta aquí, y eso es lo preocupante.

    Varias razones explicarían su nominación así como el apoyo electoral del “trumpismo”. En primer lugar, resultó decisivo su dominio absoluto sobre la cobertura mediática de su campaña hasta su elección como candidato, lo cual nos indica la creciente importancia del control de los medios de comunicación y la influencia de éstos a la hora de configurar (o modificar) el mapa político de un país. En segundo lugar, Trump parece haber captado el estado de ánimo de un importante sector de la sociedad americana que considera que los EE.UU. están perdiendo su hegemonía política y económica a nivel mundial. A esta sensación responde el lema de su campaña: “Hagamos a América grande de nuevo”. En este ambiente, como ocurre en otros lugares, es fácil que surjan demagogos populistas, de rancias ideas conservadoras, como es el caso de Trump.

     Por todo lo dicho, estamos asistiendo a un escoramiento todavía más a la derecha del electorado del Partido Republicano, en el que ha ido calando el “programa electoral” de Trump, el cual se articula ante lo que él considera sus tres preocupaciones esenciales: el terrorismo, la economía y la inmigración. Sobre el terrorismo y las cuestiones de seguridad, Trump, retomando el manido recurso al “enemigo exterior”, es partidario de una política internacional abiertamente belicista, con los graves riesgos para la paz mundial que ello comporta.

     En relación a la economía, Trump, cuya fortuna personal está estimada, según el Business Insider en 8.700 millones de $, a diferencia del partido al que dice representar, se opone al libre comercio, lo cual ha despertado los recelos del todopoderoso FMI. En consecuencia, aboga por modificar la política comercial de los EE.UU. desde posiciones proteccionistas con objeto de fortalecer la producción nacional y frenar la deslocalización globalizadora, ideas tras las cuales subyace un evidente temor a la expansión económica de China, hasta el punto de que Trump ha llegado a negar el cambio climático (como el primo de Rajoy), pues lo considera un “engaño” creado por China para hacer que la industria americana pierda competitividad. Es por ello que Trump, como nos advertía recientemente Joseph Stiglitz, está dispuesto, guiado por su impulso inconsciente y temerario, a lanzar a los EE.UU. a “una guerra comercial y a otros tipos de guerra”, toda una preocupante advertencia.

     Sobre la política migratoria, Trump parece olvidar que los EE.UU. es una nación de aluvión, surgida por la suma de migraciones diversas, tanto de Europa, África, el resto del continente americano y de Asia. Ese es el caso de Trump, cuya madre era escocesa y sus abuelos paternos procedían de Alemania. Sin embargo, sus más polémicas declaraciones tienen que ver con esta cuestión ya que desea que se construya un muro en la frontera de México (que tendría que pagar el país azteca), además de ser partidario de una política dura contra la inmigración ilegal así como pretender la prohibición temporal de la entrada de musulmanes en los EE.UU. De este modo, Trump quiere captar el voto de un sector del electorado que reacciona de forma visceral (y temerosa) ante el crecimiento de las minorías, especialmente la de origen latino, minoría emergente a la cual el multimillonario, con su procaz  xenofobia habitual, ha hecho que calificase a los inmigrantes mexicanos como “corruptos, delincuentes y violadores”.

     Pero también es cierto que el trumpismo cuenta con la frontal oposición de otra parte de la sociedad americana, como es el caso del electorado femenino, entre el cual el margen de rechazo hacia Trump se eleva hasta el 70%...y razones tiene dadas sus frecuentes actitudes y declaraciones plagadas de un repulsivo machismo. Lo mismo podemos decir de los votantes jóvenes de entre 18-24 años ante los cuales pierde por 25 puntos en relación a su rival Hillary Clinton y no digamos entre el electorado latino, como no podía ser de otra forma, donde Trump sólo recaba el 11% de apoyos, el porcentaje más bajo de un candidato presidencial republicano.

   Ante esta situación, es cierto que Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata,  no entusiasma, pero Trump asusta, dentro y fuera de los EE.UU. por su oratoria incendiaria y por sus propuestas demagógicas y radicalmente derechistas. Como señalaba Barack Obama, en estas elecciones EE.UU. se juega la esencia misma de la democracia, atacada por el preocupante virus del trumpismo. Confiemos en que estas trump-petas amenazantes que resuenan en el horizonte, se disipen como un mal sueño el próximo 8 de noviembre, para bien de los EE.UU. y de la comunidad internacional en su conjunto.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 23 octubre 2016)

 

 

 

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24/10/2016 19:30 kyriathadassa Enlace permanente. Política-EE.UU. No hay comentarios. Comentar.

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