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Se muestran los artículos pertenecientes a Diciembre de 2017.

UNA GUERRA CIVIL EN EL ISLAM

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      Entre las numerosas “líneas de conflicto” que fracturan el ya de por sí convulso panorama de Oriente Medio, Marc Lynch destaca de forma especial “el enfrentamiento geopolítico y de concepciones del Islam” entre Irán, de mayoría chiita y Arabia Saudí, de confesión sunita. Es por ello que estamos asistiendo a una despiadada y cruel lucha por el liderazgo político y religioso en Oriente Medio, a una sangrienta guerra civil en el seno del mundo musulmán.

     Este conflicto tiene diversas motivaciones y, entre ellas, en primer lugar, las de signo religioso, cual es la secular pugna entre suníes, apoyados por la monarquía saudita y los chiitas, que cuentan con el respaldo de la República Islámica de Irán, enfrentamiento que se ha agudizado en estos últimos años. Junto a estas motivaciones religiosas, esta guerra abierta entre musulmanes se explica, como señalaba Álvarez Osorio, por motivos geopolíticos y por el antagonismo ideológico existente entre ambos países en su búsqueda por lograr el predominio político-religioso en Oriente Medio, tal y como nos recuerda la politóloga Fátima Dazy-Héni.

     El conflicto se ha agudizado debido a la creciente influencia de Irán en la zona, favorecida como consecuencia de la invasión de EE.UU. y sus aliados de Irak y el posterior derrocamiento del dictador Saddam Hussein en 2003, lo cual hizo que Teherán y los grupos chiíes que le eran afines lograran una mayor implantación en Irak. A ello habría que añadir el efecto que tuvo el Acuerdo sobre el Programa Nuclear iraní con EE.UU., lo cual generó un profundo malestar  y fuertes críticas por parte de Arabia Saudita y las monarquías del golfo Pérsico, países que constituyen el “bloque suní” liderado por la monarquía saudí, hacia los EE.UU. y en particular hacia el expresidente Obama.

     Como reacción al creciente poderío de Irán, la decrépita y anacrónica monarquía de Riad, ha optado por intensificar el sectarismo religioso, esto es, el fundamentalismo islámico de signo wahabita, no sólo en su reino, sino en el conjunto de Oriente Medio. De este modo, se ha producido una división de la población saudí, “subrayando la brecha confesional” entre la mayoría suní y la minoría chií, a los cuales se les acusa, además, de ser una especie de “quinta columna” desestabilizadora del reino, llegando al punto de ejecutar el clérigo Sheik Nimr al Nimr, líder de la minoría chií en Arabia Saudí. El odio visceral a los chiíes, a los que se denominan despectivamente como “rafidíes”,  queda patente en palabras de Abu Musab al Zarqawi, máximo dirigente yihadista de Al Qaeda en Mesopotamia, según el cual “los chiíes son el obstáculo insuperable, la serpiente al acecho, el escorpión astuto y malicioso, el enemigo espía y el veneno penetrante… son el peligro que se avecina y el verdadero desafío. Ellos son el enemigo. Cuidado con ellos. Luchad contra ellos”.

     Pero donde con mayor nitidez se observa esta guerra que convulsiona al mundo musulmán es en los conflictos de Siria y Yemen tras los cuales se halla la larga mano y los intereses geoestratégicos contrapuestos de Irán y Arabia Saudí. De este modo, en el caso de Siria, el régimen de Bachar al Asad, además de la ayuda militar rusa, cuenta con el decisivo apoyo de Irán y de los diversos grupos chiitas afines a Teherán como es el caso de las milicias libanesas de Hezbolláh o de los combatientes iraquíes entrenados por la Guardia Revolucionaria iraní. Frente a ellos, Arabia Saudí respalda a los grupos rebeldes contrarios a Damasco, especialmente aquellos que son de orientación salafista. Este apoyo a los rebeldes responde al interés prioritario de la política exterior saudí: el contener la expansión de Irán y, por ello, del chiismo, en la zona. Por ello, los grupos salafistas y yihadistas se han movilizado en Siria, con el apoyo saudí, en opinión de Álvarez Osorio, por “la necesidad de hacer frente a una supuesta conspiración iraní para hacerse con el control de Oriente Medio y establecer un Estado que abarque los actuales Irán, Irak, Siria y Líbano”. Además, el conflicto sirio tiene lugar en un momento en el cual Irán ha normalizado sus relaciones diplomáticas internacionales y ha retornado a la geopolítica regional como “gran potencia chií” mientras que Arabia Saudí aparece ante la opinión pública mundial, en palabras de Natividad Fernández Sola, como una “monarquía absolutista y cerrada” que, además, apoya el terrorismo fundamentalista.

     La otra línea de conflicto irano/saudí, como señalaba Jorge Dezcallar, es la guerra del Yemen en la que la coalición suní liderada por Riad ha intervenido apoyando a los yihadistas que combaten a las milicias chiíes para hacer frente a la revuelta de los huzíes, tras la cual está “la larga mano de Irán”, conflicto que se ha agudizado tras el reciente asesinato del expresidente Ali Abdala Saleh.

     En consecuencia, los conflictos de Siria y Yemen evidencian de forma dramática lo que Kristina Kausch considera “un vigoroso resurgimiento de la rivalidad irano-saudí”.  A modo de conclusión, a los ya endémicos enfrentamientos que ensangrientan desde hace décadas a Oriente Medio, la actual guerra civil en el seno del mundo musulmán, alentada por rivalidades religiosas y geoestratégicas entre Irán y Arabia Saudí, nos ofrece un panorama muy preocupante ya que, según indicaba Fernando Martín, “es en la actualidad muy complejo, desilusionante y violento, con tendencia a perpetuarse, si no a empeorar, en un proceso de colapso regional”. Pese a todo, esperemos que tan negro vaticinio no llegue a cumplirse.

 

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 10 diciembre 2017)

 

 

 

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11/12/2017 18:42 kyriathadassa Enlace permanente. Oriente Medio No hay comentarios. Comentar.

PROCESOS SOCIALES LIBERADORES

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     En este año que está a punto de concluir, se han recordado dos acontecimientos de transcendental importancia para el devenir de la historia mundial: el quinto centenario de la reforma protestante iniciada por Martín Lutero en 1517, y el centenario de la Revolución Rusa de octubre de 1917. Junto a ellos, también es digno de mencionar el centenario del nacimiento de Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), obispo de San Salvador, decidido defensor de los derechos humanos y de la justicia social, razón por la  que  fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por los Escuadrones de la Muerte de la extrema derecha salvadoreña.

     El obispo Oscar Romero solía decir que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es una verdadera Iglesia de Jesucristo”, en plena coherencia con el verdadero mensaje cristiano, por lo que se granjeó el odio de la oligarquía reaccionaria de El Salvador, la misma que había saqueado vidas y haciendas, la misma que había monopolizado el poder desde siempre en su país. Por estas razones  Romero criticaba con firmeza “la idolatría de la violencia y de un tipo de justicia absolutizada, dentro del sistema capitalista, de la propiedad privada, que justifica el poder político de los regímenes de seguridad nacional”, críticas éstas que propiciaron su posterior asesinato.  De igual modo, Óscar Romero, nos recordaba la necesidad de dignificar la política (“la gran política”, decía) para luchar por el bien común, para “escuchar el clamor de los oprimidos”, sin olvidar tampoco la defensa de modelos de producción más justos y sostenibles.

     Romero, como Ignacio Ellacuría, que sería asesinado junto a otros 5 jesuitas y dos mujeres el 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana de San Salvador, son el testimonio de todos aquellos cristianos que, en América Latina “luchan por la verdad, la paz y la justicia” y que murieron asesinados por su compromiso social cristiano. Nos vienen a la memoria de forma especial el recuerdo de estos crímenes en estos días en que el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castelló ha iniciado el procesamiento del excoronel salvadoreño Inocente Montano, responsable de dichos asesinatos tras ser extraditado a España desde los EE.UU.

     Por otra parte, mucho se ha hablado de los cambios políticos y de los movimientos progresistas que en estos últimos años se han producido en América Latina, dentro de lo que ha dado en llamarse “Socialismo del siglo XXI”, cuya pujanza y aires de renovación de la izquierda contrasta con el grave declive de la socialdemocracia en Europa. No obstante, en fechas recientes asistimos a retrocesos en lo que había sido un exitoso ciclo progresista en América Latina como los ocurridos tras la muerte de Hugo Chávez, reemplazado con escasa fortuna por Nicolás Maduro, la defenestración del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil  tras los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, o la reciente derrota de la izquierda en las elecciones presidenciales de Chile y, pese a ello, siguen siendo modelos que han propiciado importantes cambios y transformaciones sociales que no siempre han sido valorados en su justa medida desde este lado del Atlántico

     En este “Socialismo del siglo XXI” es destacable el hecho de que cuenta con el apoyo de los sectores cristianos progresistas vinculados a la Teología de la Liberación. Como señala el teólogo brasileño  Marcelo Barros, “en este camino a un nuevo tipo de Socialismo, un elemento característico es la participación de grupos espirituales, cristianos y de otras tradiciones religiosas, comprometidos con la transformación social del mundo”. En este sentido, hay que recordar la participación, desde los años 60, de los cristianos progresistas en lo que ha dado en llamarse “procesos sociales liberadores”: ahí está el ejemplo de Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Jon Sobrino, Leonardo Boff o los ya citados Oscar Romero e Ignacio Ellacuría, compromiso social que éstos dos últimos pagaron con su vida. Tampoco olvidamos a Frey Betto, dominico brasileño que ejerció una importante influencia en las políticas sociales desarrolladas por Lula, así como diversos ecos  de la teología de la liberación que se perciben en algunos aspectos de la acción política desarrollada por Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Rafael Correa en Ecuador o el mismo Hugo Chávez en Venezuela.

     Como señalaba el sociólogo marxista Lucien Goldman, las ideas socialistas y el cristianismo que defiende la Teología de la Liberación en América Latina tienen en común “su rechazo al individualismo  y la superación de la cultura burguesa, así como la búsqueda de valores transindividuales”. En esta misma línea, Michael Lowly señalaba que, desde los orígenes del cristianismo, muchos creyentes comprendieron que el mensaje evangélico exigía “el combate histórico en pro de una comunidad humana más libre, igualitaria y fraterna”. Por ello, a partir del s. XIX muchos cristianos entendieron, entendemos, que ese futuro comunitario era el socialismo. Por lo dicho, el citado Marco Barros alude a “una espiritualidad socialista para el s. XXI”, retomando las ideas de Ignacio Ellacuría en defensa de los humildes, de los explotados, de lo que él llamaba  “el pueblo crucificado”. Esta teología se fundamenta pues en asociar la imagen del Cristo crucificado a la del pueblo crucificado, metáfora central de la teología de la liberación: la un pueblo sufriente, golpeado por las injusticias y la opresión de los poderosos, como lo recuerda la historia de la trágica matanza  ocurrida en la localidad chilena de Santa María de Iquique en 1907 y que inmortalizó en una célebre Cantata la música del grupo Quilapayún.

     A modo de conclusión, el Socialismo del Siglo XXI y los movimientos cristianos progresistas de América Latina afines a la  Teología de la Liberación parecen unir sus fuerzas para hacer realidad el noble ideal de Simón Bolívar, el cual soñaba con “unir a todos los pueblos de esta inmensa patria grande y poder hacer bien al mundo todo”.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 diciembre 2017)

 

 

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26/12/2017 16:42 kyriathadassa Enlace permanente. Religión No hay comentarios. Comentar.

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