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"TRUMP-AZO" EN IRÁN

Entre los múltiples despropósitos y torpezas del presidente norteamericano Donald Trump en materia de política internacional uno de los más graves ha sido la ruptura el pasado 8 de mayo del Acuerdo nuclear con Irán cuyas consecuencias futuras resultan imprevisibles.
El oficialmente llamado Plan de Acción Integral Conjunto fue firmado en julio de 2015 por Irán junto a otras seis potencias (EE.UU., Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) tras 12 años de arduas negociaciones con el objeto de reorientar el programa nuclear iraní hacia fines civiles a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales que, desde 2006, se estaban aplicando contra el régimen de Teherán.
El Acuerdo nuclear contaba con el respaldo unánime del Consejo de Seguridad de la ONU (Resolución 2231 de 20 de julio de 2015) y había abierto expectativas de distensión entre Irán y los EE.UU., así como de reformas internas en el régimen de los ayatollahs, y era sensación general que se estaba cumpliendo de forma correcta y así lo avalaban las 10 inspecciones sucesivas que confirmaron el efectivo cumplimiento por parte de Irán en lo referente al control de su programa nuclear. Sin embargo, la decisión de Trump, que rompe de forma brusca con la política conciliadora del anterior presidente Barack Obama, abre ahora todo un espectro de incertidumbres en la política internacional y, de forma especial en el convulso panorama de Oriente Medio.
La polémica decisión de Trump, alentada con entusiasmo por parte de Arabia Saudí e Israel, obvia que el referido Acuerdo, tal y como señalaba Félix Arteaga, “solucionó alguno de los riesgos inmediatos de proliferación que generaba el programa nuclear y aplazó la solución de otros, incluido el desarrollo de misiles balísticos y la injerencia en asuntos regionales para más adelante a la espera de que el Acuerdo creara las condiciones de confianza necesarias para afrontarlos”.
Pero la realidad inmediata nos conduce por caminos inciertos. A nivel interno de Irán, aunque el presidente Hassan Rohani se ha mostrado partidario de mantener los Acuerdos, la presión de los sectores más radicales del régimen (el ayatollah Alí Jamenei y los Guardianes de la Revolución) puede hacer que el país retorne (y acelere) a su programa nuclear y, además, sin la supervisión externa de los inspectores internacionales. A ello hay que añadir que la decisión de Trump no perjudica al sector radical iraní, el que sigue viendo a EE.UU. como “el gran Satán”, sino a los reformistas afines al presidente Rohani, aquellos que apostaron por un Acuerdo como elemento de cambio político y social interno.
Otra deriva de la nueva situación creada por la irresponsabilidad de Trump es la actitud que pueda tomar Washington ante un previsible incremento de la tensión con Teherán y, en este sentido, no debemos olvidar que la Navy tiene, desde 2015, desplegados en la base española de Rota buques antimisiles con objeto de neutralizar un hipotético ataque iraní, hecho éste que pondría a España en la primera línea de un hipotético futuro incidente armado o conflicto con la República Islámica de Irán.
Pero una de las consecuencias más graves de este “trump-azo” ha sido el negativo impacto que está teniendo en las relaciones transatlánticas como lo pone de manifiesto el creciente desencuentro entre EE.UU. y sus aliados europeos, y en especial en el caso de la Unión Europea (UE), la cual debe mantener una política autónoma frente a la deriva y desconcierto que, con esta decisión, está sumiendo a las relaciones internacionales las bravuconadas del actual y esperpéntico de la Casa Blanca las cuales, por otra parte, pueden suponer la pérdida del apoyo de sus aliados europeos a los que, por otra parte, tanto desdeña. Este deterioro todavía se acentuará más si Trump lleva a cabo la amenaza de penalizar a gobiernos y empresas europeos que mantengan una relación normalizada con Teherán y no secunden a los EE.UU. en su política de nuevas sanciones contra Irán
Hay que recordar igualmente que la ruptura unilateral del Acuerdo fue tomada por Trump desoyendo a sus asesores y en contra de la opinión y el consejo del resto de los países firmantes del mismo y supone todo un cúmulo de despropósitos que dinamitan la normalización de las relaciones diplomáticas y al afianzamiento de la necesaria confianza mutua en una región tan inestable como es el Oriente Medio. A ello hay que añadir que Trump, para agitar todavía más la situación internacional, ha anunciado recientemente que está dispuesto a poner fin al Tratado de Armas Nucleares de Rango Medio entre EE.UU. y Rusia, rubricado en 1987 entre los entonces presidentes Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. Otra preocupante decisión, un “trump-azo”, que nos retrotrae a los tiempos, que ya teníamos superados, de la Guerra Fría.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 8 noviembre 2018)
EL NUEVO HUMANISMO

Europa salió de los tiempos de tinieblas del Medievo gracias al Humanismo del Renacimiento. Fue entonces cuando, recuperando los valores de la cultura clásica, este movimiento filosófico, intelectual y cultural, reemplazó la visión teocéntrica imperante por el antropocentrismo, esto es, por dar valor y significado al ser humano como medida de todas las cosas, a la vez que impulsaba una moralidad altruista y un anhelo de construir un mundo más justo para el conjunto de la humanidad: ahí están, por ejemplo, las ideas de pensadores como Tomás Moro y su célebre Utopía, obra en la cual plasma el sueño de una sociedad ideal, justa y solidaria.
Este espíritu humanista, símbolo de modernidad, ha formado parte de la identidad de la cultura europea durante cinco siglos y ha servido también para conformar los valores esenciales de la actual Unión Europea, tal y como recordaba el filósofo holandés Rob Riemen, articulando así un modelo sociedad progresista y solidaria que ha sido capaz de superar la herencia de los dramáticos conflictos armados que, en tiempos pasados, ensangrentaron al continente europeo.
No obstante, hoy en día parece que este humanismo, que representa lo mejor de los valores que dignifican al ser humano, está siendo ignorado, incluso atacado desde distintos ámbitos, aludiendo a él de forma despectiva como un ingenuo “buenismo”, tal y como se ha puesto de manifiesto en temas tan candentes como la reciente crisis migratoria y la actitud de acogida hacia las personas que llegan a nuestra Europa soñando con construir un futuro mejor alejado de guerras y de miserias. Estos ataques a los valores humanistas provienen tanto de los emergentes movimientos xenófobos, racistas o abiertamente fascistas, como de un rampante y deshumanizado neoliberalismo adorador del “Dios Dinero”, todo lo cual ofrece un panorama preocupante y peligroso, por lo que representan y por el riesgo futuro que tras ellos se intuye. Y es que en estos tiempos los valores humanistas, como señalaba Jorge Riechmann, se hallan “aplastados bajo la avalancha de la basura mediática, el consumismo nihilista y la degeneración de la democracia”.
Pese a estas amenazas, los valores del Humanismo siguen vivos, afortunadamente, en estos tiempos de crisis e incertidumbres, como lo ponen de manifiesto la labor de multitud de ONGs que, inspiradas en el espíritu de solidaridad, justicia y acogida, intentan paliar infinidad de dramas sociales y personales. Es por ello que se habla de la existencia de un Posthumanismo y éste toma diversas formas tal y como señalaba Rosi Braidotti, pues todas ellas parten de “tradiciones emancipatorias”, entre las que cita el antifascismo, los humanismos socialistas, el feminismo, el pensamiento descolonial y los ambientalismos.
En este contexto, es donde hay que situar la importancia creciente del Humanismo ecológico, aquel que ve el mundo no como un lugar de saqueo y expolio, sino como un lugar que debemos preservar y en consecuencia, el ser humano deja de ser un dominador del medio ambiente, sino su guardián y celoso administrador para preservarlo para las generaciones futuras. Y dentro del mismo, se hallaría también el Ecosocialismo y el Ecofeminismo, concepto en el cual se englobaría, como señala Carmen Magallón, “la tríada devaluada por la historia”, esto es, la defensa de las mujeres, a la naturaleza y a la paz, cuyos valores reivindica. Ya lo decía Francia Márquez, líder de los derechos medioambientales en Colombia frente a los abusos y destrozos y efectos devastadores de las industrias mineras sobre el medio ambiente en su país al señalar que “somos parte de la naturaleza, no sus dueños”. Son en estos planteamientos, radicalmente distintos a los de la política dominante, donde la conciencia femenina aporta una visión alternativa, necesaria y progresista, al igual que ocurre con el Feminismo pacifista desde que se fundase en 1915, en pleno fragor de la I Guerra Mundial, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.
Por todo ello, hoy más que nunca resulta necesario reivindicar un nuevo Humanismo, en sus diversas facetas y enfoques, que haga frente a los principales retos que amenazan a la Humanidad. En esta línea, el teólogo José Ignacio González Faus manifestaba que “una forma de trabajar por la justicia, además de incorporar el feminismo y la ecología a este nuevo Humanismo, sería también “la lucha contra el desafuero del consumismo”. En consecuencia, necesitamos, como apuntaba Roy Scranton, “formas nuevas de pensar sobre nuestra existencia colectiva” y sólo así podremos superar estas amenazas puesto que, como advertía Jorge Riechmann, “nos jugamos que en el futuro del mundo predominen las desigualdades, los autoritarismos y la destrucción de la naturaleza, o por el contrario, la solidaridad, los derechos, la inclusión y la participación”. Todo un reto para el nuevo Humanismo.
José Ramón Villanueva Herrero
Publicado en: El Periódico de Aragón, 25 noviembre 2018.