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¿UNOS NUEVOS EUROESCEPTICOS?

Durante la última década la Unión Europea (UE) ha sido golpeada por una creciente marea de un euroescepticismo cuyas olas, bien fueran debidas a las consecuencias de la crisis económica global o bien a los efectos de las políticas migratorias, han sido agitadas por demagogias populistas de signo conservador cuando no abiertamente fascistas. De este modo, el euroescepticismo, que socaba gravemente los valores fundamentales de la UE (respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos) así como la finalidad de la misma (promover la paz y el bienestar de sus pueblos) tal y como los recoge el Tratado de Lisboa (2007), ha ido calando en amplios sectores de la ciudadanía europea y ello está siendo utilizado como perverso ariete político y electoral por diversos movimientos y partidos cuyos ejemplos son de todos conocidos.
La marea euroescéptica está también llegando a otros ámbitos que, hasta ahora, se consideraban adalides del europeísmo. Este es el caso, como señalaba en un reciente estudio Ariane Aumaitre Balado, de determinados sectores del independentismo catalán. La razón de lo que considera un incipiente euroescepticismo emergente que está surgiendo tras el mar de las esteladas secesionistas, tendría su origen, según dicha autora, en que “a pesar de las numerosas demandas por parte de los independentistas, la UE se ha mantenido en todo momento al lado del Gobierno español, algo que podría haber frustrado las expectativas puestas en Bruselas por parte de la ciudadanía catalana”.
Por otra parte, en el estudio citado, aparecen otros resultados de interés, tales como las actitudes de los ciudadanos ante la UE en las dos últimas décadas y cuyos datos rebaten la extendida idea de que el nacionalismo/independentismo catalán ha sido tradicionalmente más europeísta que el resto de España. Para ello, analiza los resultados de las cuatro últimas elecciones al Parlamento Europeo (1999, 2004, 2009 y 2014) y, si bien es cierto que hasta 2009 el apoyo a la UE era superior en Cataluña que en el resto de España, también lo es que esta tendencia se invirtió a partir de 2014, una vez comenzado el procés, sin duda debido a una expectativa (que los hechos posteriores frustrarían) de que la UE podría jugar algún papel en las demandas de autodeterminación de los secesionistas.
Otro dato relevante que nos ofrece Aumaitre es que el porcentaje de participación en las elecciones al Parlamento Europeo fue siempre menor en Cataluña que en el resto de España, excepción hecha de los comicios de 2014, tal vez por la vana esperanza de que Bruselas pudiera dar algún tipo de respaldo a los objetivos de la agenda independentista.
Además de lo dicho, otro dato relativiza el supuesto mayor grado de europeísmo de la sociedad catalana es que en el referéndum sobre la Constitución Europea de 2005, Cataluña fue, junto a Euskadi y Navarra, las comunidades autónomas donde éste recibió el menor apoyo, por debajo del 70%, frente al total español que fue del 81,65%.
También resulta reseñable que, según el Barómetro de Opinión Pública (BOP) del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya relativo a los sentimientos de confianza y de unión hacia la UE, en base a las encuestas realizadas en julio y septiembre de 2017 (esto es, tras los sucesos del 6-7 de septiembre), se constata una fuerte caída de la confianza hacia la UE tanto entre los votantes independentistas como en aquellos que, sin serlo, se sienten sólo catalanes o más catalanes que españoles debido a “la caída de expectativas entre independentistas causada por la no intervención de la UE en favor de sus aspiraciones secesionistas” y, por el contrario, ha aumentado la confianza hacia las instituciones de Bruselas por parte de los votantes constitucionalistas.
A modo de conclusión, Aumaitre Balado señala que “desconocemos si este embrión de euroescepticismo se convertirá en duradero, como consecuencia de que el procés ha supuesto una historia de expectativas frustradas”.
Ante el portazo de la UE a las reivindicaciones secesionistas de una parte de la sociedad catalana y la imposibilidad de lograr la mediación de las instituciones comunitarias europeas, el president Quim Torra, en unas irresponsables declaraciones aludió recientemente a la posibilidad de optar por la “vía eslovena”, con todo lo que ello comporta. Un camino que conduce al abismo, a la fractura definitiva de la sociedad catalana y que imposibilita una deseable solución política negociada (léase referéndum pactado, vinculante y con plenas garantías democráticas) del contencioso catalán.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 2 febrero 2019)
UN MAR DE BRAMIDOS Y CRISPACIÓN

En pleno fragor pre-electoral, en estos días en que se recuerda el 80º aniversario de la triste muerte en el exilio de Antonio Machado, nos viene a la memoria aquellos versos del poeta cuando en su célebre «Retrato», aludía a “distinguir me paro las voces de los ecos”. Y es que estamos asistiendo a una agitada ola de bramidos, de visceralidad e insultos que nada construyen, que resquebrajan la convivencia y que ahogan las voces que consideramos necesario el saludable debate libre de ideas y alternativas políticas. Pero, recordando el verso machadiano, priman los ecos de una crispación que, por desgracia, va en aumento y de ello tienen una seria responsabilidad determinados políticos. Ahí tenemos, por ejemplo, el agrio lenguaje y las expresiones despectivas de que hace gala Pablo Casado que, tras su sempiterna sonrisa, siempre tiene en sus labios palabras para el insulto fácil y la descalificación permanente, un lenguaje y actitudes de una ínfima calidad intelectual y política, impropia del líder de un partido tan importante para la democracia española como es el Partido Popular. Y qué decir de la volatilidad ideológica de un Albert Rivera y de C’s, o de los anacronismos reaccionarios de Vox, que pretende hacer retroceder el reloj de la historia a tiempos pasados (y peores), pues ambos partidos se han sumado con renovados bríos a esta permanente tormenta de bramidos y crispación que tenemos que soportar la ciudadanía.
La triple alianza de las derechas está utilizando, y previsiblemente lo seguirá haciendo durante todos estos meses jalonados de citas electorales, su más potente artillería verbal no sólo para atacar a la figura de Pedro Sánchez y la gestión del gobierno del PSOE surgido tras la moción de censura del pasado 1 de junio de 2018, sino, por extensión, para destruir o cuando menos limitar, los avances logrados en estos últimos años en materias tan sensibles como las libertades, las políticas sociales y laborales o del desarrollo del Estado Autonómico. La coartada perfecta para esta seria amenaza involucionista, de estas políticas propias de unas derechas sin complejos, se la ha dado el conflicto de Cataluña. Tan espinosa cuestión, azuzada de forma deliberada tanto por los sectores secesionistas catalanes como por el españolismo más centralista, ha dinamitado demasiados puentes de diálogo y convivencia y que tanto va a costar reconstruir.
Asistimos a un mapa político en el cual una derecha, cada vez más descentrada, ha tocado arrebato a tambor batiente y con las banderas desplegadas, para imponer su concepto de España, ese que tiene perfiles tan rígidos e intolerantes y que por ello no resulta aceptable para amplios sectores de la ciudadanía pues esa imagen, también “en blanco y negro”, sigue siendo incapaz de reconocer y aceptar plenamente la diversidad y la realidad plurinacional de esta “nación de naciones” que es España. Esta involución, que está incluso pidiendo la supresión de las autonomías como hace Vox o la recentralización de algunas competentes transferidas como sugiere el PP, parece retrotraernos a los tiempos de la Transición, cuando la entonces Alianza Popular votó en el Congreso de los Diputados en contra del Título VIII del proyecto constitucional referente a la regulación autonómica del Estado.
Aunque en su día José María Aznar afirmó, para congraciarse el apoyo parlamentario de las derechas catalanas de Jordi Pujol, que “hablaba catalán en la intimidad”, hay que recordar que uno de los elementos del subconsciente colectivo del pensamiento de la derecha españolista ha sido, y los hechos lo demuestran, su anticatalanismo: así ocurrió durante los debates y aprobación del Estatuto de Cataluña de 1932, la presentación del recurso de inconstitucionalidad contra la reforma del Estatut de 2006 o la torpe gestión del proceso soberanista iniciado a partir de 2012 por parte del Gobierno Rajoy. Mientras el anticatalanismo le siga reportando votos a las derechas en otras comunidades autónomas de la España interior, seguirán agitándolo con la misma ansia y afán con que creen poder acabar con el procés mediante medidas represivas o con la aplicación del artículo 155 de forma permanente como ha prometido Pablo Casado, soluciones que resultan inútiles para resolver el desgarro político y emocional de Cataluña con el resto de España.
Si algo está claro es que el problema territorial de España sigue pendiente de solucionarse, aunque se cubran plazas y balcones de banderas bicolores o de esteladas. Los problemas políticos requieren de soluciones políticas valientes. Hoy por hoy, tras el intento fracasado de Pedro Sánchez, no parece haberlos ni en el campo del independentismo catalán ni mucho menos en la envalentonada triple alianza de las derechas, lo cual es una desgracia para nuestra democracia.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 febrero 2019)