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CAMBIO DE ÉPOCA

Tal vez no seamos plenamente conscientes de que estamos asistiendo a un “cambio de época” con respecto a lo que hacíamos y vivíamos hasta hace bien poco tiempo y para el que todavía no tenemos capacidad de vislumbrar su futuro. Sin embargo, varios rasgos caracterizan a este cambio de época.
En primer lugar, todo parece indicar que nos hallamos ante el final del llamado “contrato social”, ese pacto tácito entre el capitalismo industrial y el trabajo que dio lugar al llamado Estado del Bienestar. Este pacto, mediante el cual se otorgaba al Estado un papel redistributivo y corrector de las desigualdades generadas por la economía de libre mercado a través de un sistema fiscal progresivo y la aplicación de políticas sociales dirigidas a establecer una serie de derechos sociales considerados de carácter universal, se ha ido resquebrajando con el pretexto de la crisis global que se inició en 2008.
La otra característica fundamental es, en palabras de Zygmun Bauman, “el divorcio entre el poder y política” y es que, en la actualidad, con la globalización, “el Estado-nación ha sido incapaz de controlar y regular la actividad financiera promovida por los mercados globales”. En consecuencia, se ha producido “una asimetría creciente entre la esfera reguladora del Estado y el marco de actuación del poder financiero” y, por ello, como señalaba el politólogo polaco recientemente fallecido, “hoy el poder ya es global, la política sigue siendo lastimosamente local” y, por ello, la globalización ha facilitado la movilidad de capital y el que las grandes corporaciones busquen mano de obra y costes de producción más baratos, razón que explica el elevado número de deslocalizaciones industriales.
Finalmente, todo este “cambio de época” se apoya en el arrogante triunfo del pensamiento neoliberal, del cual Margaret Thatcher, una de sus principales impulsoras, dijo en su día que “no hay alternativa” ante el nuevo dogma neoliberal que se resume en tres ideas-clave: individualismo, libertad absoluta de mercado y Estado mínimo.
Ante esta situación, resulta necesario construir una alternativa de transformación social que implique la confluencia de las fuerzas de izquierda y los movimientos sociales de forma dinámica, flexible y abierta a la construcción permanente. Según Emilio Santiago Muiño esta alternativa debe partir de “una realidad en red viva y muy diversa que entrelaza confluencias y alianzas de una pluralidad de colectivos y actores sociales extremadamente diversos”. Por ello, según Jesús Sanz, una propuesta de emancipación social debe tener presente una apuesta decidida por una sociedad que avance hacia la equidad y la justicia social para evitar así que la desigualdad alcance “niveles escandalosos” y que se base en mecanismos de redistribución social tales como una fiscalidad justa, la lucha contra los paraísos fiscales, servicios públicos de carácter universal y otras medidas tales como la fijación de salarios mínimos y máximos. También son necesarias propuestas que ahonden en la democracia y en la participación ciudadana para así pasar a lo que Boaventura de Sousa Santos considera que debería de ser “una democracia de alta intensidad” que vaya más allá de la elección de gobernantes y que esté asociada, en opinión de Ángel Calle, a la apertura de “procesos de participación y autogobierno sobre la base de bienes comunes y derechos sociales que se fortalecen desde las instituciones sociales”.
A todo lo dicho se añade la necesidad de dar respuesta al contexto de crisis ecológica y civilizatoria en la que nos encontramos, lo cual pasa por rechazar el crecimiento ilimitado para evitar el colapso ecosocial. Ello supone apostar por una economía al servicio de las personas, que garantice un mínimo vital que permita vivir con dignidad y que iría en la línea de reivindicar una renta básica universal y, también, construir una economía que se ajuste a los límites impuestos por el planeta y que asuma tanto el interesante concepto de la justicia ambiental junto a la justicia social como ámbitos indisolubles.
En definitiva, ello supone avanzar hacia un modelo de producción económica más justo, democrático y sostenible, que se sustente en los valores de la cooperación, la equidad, la participación y el compromiso con el entorno. A modo de conclusión, Jesús Sanz recoge una nítida percepción de la realidad actual al señalar que, “a pesar de no contar con un relato alternativo muy definido que se contraponga al “no hay alternativa” y a la crisis de las utopías, existe una conciencia de que las cosas no van bien, y cada vez parece haber más partidarios que comparten la necesidad de transitar por caminos diferentes ante la gravedad de la situación actual”. Y es cierto.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 2 mayo 2019)
EL 8 DE MAYO, UNA FECHA A RECORDAR

El día 8 de Mayo se celebra en varios países europeos el Día de la Victoria en recuerdo del triunfo de las fuerzas aliadas frente a las potencias nazi-fascistas en la II Guerra Mundial. Este mismo hecho, que en la Rusia heredera de la URSS y en otros países del antiguo bloque soviético se conmemora el día 9, responde al sagrado deber de recordar el significado de la victoria frente al Eje liderado por la Alemania nazi, la encarnación del mal absoluto, la barbarie uniformada, la culpable de conducir a la Humanidad a la más devastadora guerra conocida, la cual ocasionó una inmensa secuela de destrucción y casi 62 millones de muertos.
El el combate contra el fascismo, los exiliados republicanos españoles escribieron páginas memorables, reanudando la misma lucha que habían iniciado unos años antes en defensa de la República contra el brutal embate de los militares insurrectos. Los llamados « rojos españoles » combatieron en todos los frentes y bajo todas las banderas, sumándose a grupos guerrilleros antifascistas o bien alistándose en los ejércitos aliados. Desde Narvik (Noruega) a Camerún y Níger ; desde Chad hasta los desiertos africanos de Egipto, Libia, Túnez o Argelia en donde lucharon en las unidades del VIII Ejército británico de Montgomery, en la Legión Extranjera de la Francia Libre y hasta en las fuerzas de los EE.UU; desde las playas de Normandía (en donde desembarcaron encuadrados en la División Leclerc) hasta la inmensa URSS, combatiendo en los frentes de Leningrado, Moscú, Stalingrado o el Caúcaso, los españoles lucharon con coraje, enarbolando la bandera republicana, la bandera de la libertad frente al fascismo.
Pese a todo lo dicho, fue en la vecina Francia, en la Francia derrotada por la máquina militar hitleriana en 1940, donde la actuación de los combatientes republicanos españoles fue más destacada. De hecho, más de 20.000 compatriotas nuestros participaron en la liberación de Francia encuadrados en las Forces Françaises de l’Intérieur (FFI), a través de la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE) afín al PCE o de los combatientes de la Agrupación Democrática Española (ADE), mayoritariamente anarquistas y socialistas. Además, se estima en unos 60.000 los españoles que participaron de forma activa en la Resistencia : sólo en la ciudad de París, se cifraban en torno a 4.000 el número de los resistentes republicanos antifascistas. Recordemos que los primeros blindados de la famosa IX Compañía del Regimiento del Chad, « la Nueve », mayoritariamente compuesta por españoles, de la II Divisón Leclerc que liberaron París, llevaban las banderas tricolores en sus torretas y los nombres de batallas de nuestra guerra civil pintados en sus blindados como «Teruel », « Belchite », « Madrid », « Jarama », « Ebro », « Gernika », « Guadalajara », « Brunete » o « Don Quijote », este último llamado asi, según Federico Moreno, jefe de sección de « la Nueve », como era conocida popularmente esta unidad militar, « por ser el papel que estamos desempeñando nosotros [los republicanos] desde que salimos de nuestra tierra ».
Además de la participación de nuestros compatriotas en los combates para la liberación de París, Toulouse, Burdeos, Nantes, Rennes, Saint-Étienne, Lyon, Grenoble o Marsella, debemos recordar el decisivo papel desempeñado por los antifascistas españoles en la liberación del sur de Francia durante el verano de 1944. Fueron ellos los que arrebataron a los nazis toda la zona pirenaica francesa sin necesidad de intervención militar aliada : republicanos españoles fueron los liberadores de multitud de ciudades y pueblos del sur de Francia, en ocasiones, tras derrotar a importantes contingentes de tropas nazis, tal y como ocurrió en la batalla de La Madelaine (22 agosto 1944).
A modo de ejemplo, aludamos a lo ocurrido en el valle francés de Aspe, que se extiende desde el puerto del Somport hasta la ciudad de Oloron-Sainte Marie. Aunque incialmente se hallaba en el territorio del État Français, el régimen pronazi de Vichy, fue invadido en noviembre de 1942 por las tropas hitlerianas, por lo que quedó integrado en la llamada « área vedada » que discurría a lo largo de la frontera franco-española. En el valle de Aspe, los combates entre petainistas y nazis frente a los maquis españoles fueron constantes durante estos años, logrando de éste modo los republicanos, no sólo liberar las principales poblaciones del valle como Bedous, sino obtener la rendición de la guarnición nazi del Fort du Portalet, en las cercanías de Urdos.
El heroísmo de los republicanos regó con su sangre la libertad de los valles pirenaicos franceses limítrofes con Aragón. Testigos de todo ello son los monumentos que en honor de los españoles muertos por la libertad de Francia se levantan en Lhées-Athás, Etsaut u Oloron. En esta última población, el Monumento a la Resistencia y a la Deportación está plagado de mártires de la libertad con apellidos españoles como Arbués, Duaso, Galarza, Larraz, Regueiro, Sánchez, Soguero, Fontán o Herrer. Lo mismo podemos decir de los aragoneses que yacen en el cercano cementerio republicano del Campo de Concentración de Gurs, en el de Lurbe-Saint Christau, o los 17 españoles asesinados por los nazis en Buziet, en el cercano valle de Ossau en julio de 1944, en cuyo memorial tiene lugar todos los años una ceremonia de recuerdo y homenaje. Son sólo unos ejemplos, no todos, del testimonio dejado por nuestros compatriotas en la lucha contra el fascismo en un valle pirenaico francés, al igual que ocurrió a lo largo de todo el territorio galo durante la II Guerra Mundial. Como recordaba Roy-Tanguy, dirigente del PCF, exbrigadista en la Guerra de España y jefe de la insurrección parisina contra la ocupación nazi, en más de 50 departamentos, « los combatientes españoles formaron valerosas unidades de la Resistencia francesa », razón por la cual, añadía, « no hay una gran ciudad en esos departamentos, y en primer lugar en París, que no tenga una deuda de reconocimiento hacia esos hijos y esas hijas de España ».
A todos ellos, en estos días en que la fiesta del 8 de Mayo celebra la victoria aliada, debemos también recordarlos pues ello, es otro capítulo más de nuestra memoria histórica colectiva que debemos no sólo recuperar sino, también, dignificar por su ejemplo y sacrificio para las generaciones futuras. A estos combatientes republicanos que lucharon, murieron y yacen en tantos países distintos, José María Valente los recordaba así : « No reivindicaron más privilegio que el de morir, para que el aire fuera más libre en las alturas, y más libres los hombres ». Por ello, en memoria de aquel 8 de Mayo de 1945 que liberó a Europa (que no a España) del fascismo, debemos recordar siempre con emoción, orgullo y dignidad a nuestros compatriotas, a nuestros combatientes republicanos españoles.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en : El Periódico de Aragón, 10 mayo 2019)
AMENAZAS CONTRA LA UNION EUROPEA

Estamos asistiendo tristemente a un debilitamiento de los valores del europeísmo en unos momentos en que resultan más necesarios que nunca ante los diversos embates que por diversos frentes está recibiendo y que podrían frustrar el futuro de la Unión Europea (UE).
Las instituciones comunitarias están sufriendo en estos últimos años los efectos del hostigamiento de los movimientos euroescépticos y del auge la ultraderecha. Si ya de por sí era grave la brecha abierta en la línea de flotación de la UE como consecuencia del Brexit, del cual dijo Madeleine Albright que era “toda una demostración de masoquismo económico que los británicos lamentarán durante mucho tiempo”, no menos preocupante es la irrupción en el Parlamento Europeo de los partidos ultraderechistas y xenófobos. Como señalaba Robert Patxon, en su libro Anatomía del fascismo (2005), en todos estos grupos políticos, “se percibe el eco de temas fascistas clásicos” tales como el miedo a la decadencia y a la descomposición, la afirmación de la identidad nacional y cultural propia, la supuesta “amenaza” que suponen los extranjeros no asimilables para esa anhelada identidad nacional y para el “buen orden social”, sin olvidar tampoco lo que ellos consideran como “la necesidad de una mayor autoridad para resolver los problemas”, razón por la cual, en algunos de estos partidos se percibe lo que la citada Madeleine Albright, en su reciente obra Fascismo. Una advertencia (2018), no dudaba en calificar como “el penetrante hedor del fascismo”.
En este empeño de intentar dinamitar la UE desde dentro, resulta cada vez más preocupante la maquiavélica y desestabilizadora labor de Steve Bannon y su organización “El Movimiento”, así como ñas intenciones de la Alianza de Pueblos y Naciones, germen de una internacional de partidos nacional-populistas y fascistas. No menos grave resulta la involución reaccionaria en países como Italia, Holanda, Austria, Eslovaquia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Estonia e incluso en los otrora venerados paraísos progresistas escandinavos como es el caso de Finlandia, Suecia o Dinamarca, donde han arraigado, también, con la fuerza de una hiedra trepadora, movimientos xenófobos y antieuropeos de signo fascista.
En este contexto, el problema de la migración se ha convertido en uno de los principales arietes del antieuropeísmo de todos estos grupos, especialmente tras la crisis migratoria de 2015 que socavó la necesaria solidaridad intraeuropea dando como consecuencia el cierre unilateral de fronteras por los gobiernos de Hungría, Austria o Bulgaria, así como el alarmante auge electoral de Alianza por Alemania (AfD) que, tras las elecciones germanas de 2017 se convirtió en la tercera fuerza política del Reichtag. Tal es así que resulta lamentable constatar que, los inmigrantes se han convertido en el chivo expiatorio del malestar de una población que ha sufrido los negativos efectos de la globalización y que siente una creciente desafección hacia las instituciones de la UE, temas éstos demagógicamente instrumentalizados por la extrema derecha. Este hecho genera un temor, sin duda infundado, en un determinado sector de la población (y del electorado) proclive por ello a apoyar a los partidos que hacen de la xenofobia uno de sus signos de identidad, esa xenofobia que cierra fronteras, levanta alambradas o pretende construir muros, los mismos que, siguiendo la estela de Trump, reclama Vox para “proteger” Ceuta y Melilla. Este rechazo, alentado por mentiras aireadas intencionadamente por los grupos xenófobos, resulta especialmente injusto dado que, como señalaba Carmen González Enríquez, “los inmigrantes están indefensos ante este ataque”. No obstante, como bien señalaba Albright, si la migración no controlada provoca rechazo social, no es porque muchos de los refugiados sean delincuentes o terroristas, que obviamente no lo son, sino porque “la convivencia con extranjeros exige de nosotros dos cosas muy preciadas: buena voluntad y tiempo” y “ambas son necesarias para fortalecer la confianza y ninguna de ellas está tan extendida como quisiéramos”. Interesante y muy oportuna reflexión.
Otro de los hilos argumentales de los grupos antieuropeos es su rechazo a lo que ellos consideran excesivo poder de Bruselas y de la burocracia comunitaria cuyas normativas prevalecen sobre las respectivas legislaciones internas de cada país miembro. Tal es así que hay casos como el de la Hungría de Víktor Orbán en que pese a los cuantiosos fondos que percibe de la UE, no tiene ningún reparo en llenar las ciudades magiares de ofensivos carteles bajo el lema de “Paremos a Bruselas” y, de este modo, provocando a la UE, pretende “liberar” a su país de las “imposiciones” de los “burócratas de Bruselas”, lo cual hoy por hoy, le está ofreciendo un considerable rédito electoral.
En unos momentos decisivos para la historia inmediata de Europa, los resultados que arrojen las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 26 de mayo, servirán para valorar el estado de salud de los valores que dan razón de ser a la UE cual son el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos, así como para evidenciar el grado e intensidad de las amenazas que se ciernen sobre el ideal de esa Europa progresista y solidaria en la que creemos, la misma con la que soñaron Jean Monnet, Robert Schuman o Konrad Adenauer, los impulsores del europeísmo moderno.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 22 mayo 2019)