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Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2020.

DELIRIOS NACIONALISTAS EN TIEMPOS GLOBALIZADOS

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     Estamos asistiendo a una eclosión de movimientos nacionalistas de todo signo y condición, desde los casos de Polonia y Hungría, a los más cercanos del secesionismo catalanista y el españolismo ultraconservador de Vox, y todo ello en momentos en los cuales la globalización parecía haber difuminado las viejas fronteras nacionales.

    Yuval Noah Harari, en su libro 21 lecciones para el siglo XXI (2020) dedica su capítulo-lección 7º a realizar unas interesantes reflexiones sobre el nacionalismo en el tiempo actual. Parte de la idea de que los vínculos y afectos a la nación no tienen por qué ser negativos, razón por la cual el intelectual israelí considera que “las formas más moderadas de patriotismo figuran entre las creaciones humanas más benignas". No obstante, el problema surge cuando ese patriotismo se convierte en “ultranacionalismo patriotero”, cuando se sublima a la nación como única y superior a todas las demás, actitud que se convierte en “terreno fértil para conflictos violentos” y ahí están las dos guerras mundiales del pasado siglo para corroborarlo.

     La idea de que el nacionalismo excluyente era el preludio de una guerra empezó a cambiar a partir de 1945 ya que, tras Hiroshima, la gente empezó a pensar que el nacionalismo podía llevar a una guerra nuclear, al riesgo cierto de una aniquilación total. Fue entonces cuando se empezó a desarrollar una conciencia de “comunidad global”, pues sólo la conciencia unitaria de la humanidad podía contener al “demonio nuclear”, una causa común que unía pueblos y naciones ante esta amenaza.

     No obstante, las consecuencias de la crisis global de 2008 y de la actual pandemia del covid-19 han evidenciado un resurgir del nacionalismo, se han alentado políticas proteccionistas, se han cerrado fronteras, se mira con rechazo al extranjero, porque ante un incierto futuro, “la gente de todo el mundo busca seguridad y sentido en el regazo de la nación”.

     Frente a esta situación, en este convulso siglo XXI, tal como nos recuerda Harari, la humanidad tiene ante sí tres retos comunes: el riego nuclear, el del cambio climático y el del reto tecnológico, los cuales “ponen en ridículo todas las fronteras nacionales” y que sólo pueden resolverse mediante una cooperación global que aúne voluntades.

    El primer reto, el nuclear, al cual se enfrentó con éxito la humanidad durante los tensos tiempos de la Guerra Fría, parece haber resurgido en estos últimos años en los cuales Rusia y EE.UU. se han embarcado en una nueva carrera de armas nucleares que amenazan con destruir los logros de la distensión entre las superpotencias tan duramente ganados en las últimas décadas.

    El segundo reto, y no menos importante, es el ecológico. Ahí está el grave y acuciante problema del cambio climático con el riesgo de llegar a un punto de inflexión que lo hiciera irreversible con las catastróficas consecuencias que de ello se derivarían. Harari es rotundo al afirmar que “cuando se trata del clima, los países ya no son soberanos” y, por ello, el aislamiento nacionalista  puede ser incluso más peligroso que el riesgo de guerra nuclear ya que, mientras ésta a todos nos amenaza y todos tenemos el mismo interés en evitarla, el calentamiento global tiene impactos diferentes en cada nación: mientras unos países están plenamente concienciados de la amenaza que ello supone, el escepticismo es la actitud habitual de la derecha nacionalista, desde Trump a Bolsonaro, desde el primo de Rajoy a las posiciones negacionistas de Vox y es que, “ya que no hay respuesta nacional al problema del calentamiento global, algunos políticos nacionalistas prefieren creer que el problema no existe”.

    El tercer reto es el tecnológico ante el cual el estado-nación es “el marco equivocado” para enfrentarse a las amenazas derivadas de la infotecnología, la biotecnología y a hipotéticas situaciones futuras como la implantación de manipuladoras dictaduras digitales.

     Y a estos tres retos globales, como las circunstancias actuales nos demuestran, habría que añadir un cuarto: la acción coordinada a nivel planetario para hacer frente a la pandemia del covid-19 que nos amenaza a todos, sin distinción de naciones, razas o ideologías.

     Ante estos retos, ante estas amenazas existenciales globales, todas las naciones deberían hacer causa común y por ello, mientras el mundo siga dividido en naciones rivales, será muy difícil hacerles frente de forma eficaz. Ello no significa abolir las identidades nacionales ni denigrar toda expresión de patriotismo. Harari pone como ejemplo el texto (no ratificado) de la Constitución Europea de 2004 en el que se afirma que “los pueblos de Europa, sin dejar de sentirse orgullosos de su identidad y de su historia nacional, están decididos a superar sus antiguas divisiones y cada vez más estrechamente unidos a forjar un destino común”. De este modo, mientras que existe una economía global, una ecología global y una ciencia global, todavía estamos empantanados en políticas de ámbito exclusivamente nacional, lo cual impide al sistema político enfrentarse de forma efectiva a nuestros principales problemas como sociedad global. De este modo, el futuro pasa por, una vez excluidos los voceros patrioteros que todo pretenden arreglar enarbolando bandera que dividen y enfrentan, optar por un buen nacionalismo que, integrado en organismos supranacionales como es la Unión Europea, tenga una visión globalista del mundo y de los problemas que afectan al conjunto de la humanidad.

     A modo de conclusión, Harari nos recuerda que, “si queremos sobrevivir y prosperar, la humanidad no tiene otra elección” que completar las lealtades locales y nacionales con otras “obligaciones sustanciales hacia la comunidad global”. De este modo, nosotros, ciudadanos del siglo XXI, debemos compatibilizar lealtades múltiples, no sólo con nuestro ámbito local (familia, vecindad, profesión) y nacional, sino también con dos nuevas e imprescindibles lealtades globales, esto es, para con la Humanidad y también para con el Planeta Tierra, con todo lo que ello comporta de compromiso cívico consecuente.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 3 agosto 2020)

 

 

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11/08/2020 06:14 kyriathadassa Enlace permanente. Economía global No hay comentarios. Comentar.

ATRAPADOS EN LA RED

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     No hay duda de que las redes sociales han cambiado nuestras vidas y ya no nos podemos imaginar una existencia sin ellas, desde en los aspectos más cotidianos, hasta la forma de ver y participar en nuestro entorno social y político.

    Sobre el profundo impacto generado por las redes sociales y las nuevas tecnologías reflexionaba Daniel Innerarity en su libro Política para perplejos (2017) señalando cómo gracias a ellas la sociedad del conocimiento “ha democratizado la mirada” y, de este modo, se cumplía el principio de Anthony Giddens según el cual “los viejos mecanismos del poder no funcionan en una sociedad en la que los ciudadanos viven en el mismo entorno informativo que aquellos que nos gobiernan”. De este modo, la nueva sociedad del conocimiento, abierta y plural, ha roto con la visión de la vieja política, elitista y reservada, hecha de espaldas a la sociedad a la que debe servir, y que se beneficiaba de la escasa información que llegaba a la ciudadanía. Por el contrario, en la actualidad Internet se ha convertido en un espacio abierto mediante el cual vigilamos y enjuiciamos a quienes nos gobiernan.

     Pero al mismo tiempo, las redes sociales también son un foro donde, lo vemos cada día, se realizan linchamientos digitales, abundan las noticias falsas y los ciberataques. Y es que, con respecto a estos temas, tan preocupantes como en creciente auge, las redes sociales, como tantas cosas de la vida, resultan ambivalente, ya que, como recordaba Innerarity, “democratizan en la misma medida que desorientan”, eso es, nos ofrecen un cúmulo de informaciones a las que hasta hace bien poco resultaría difícil de acceder por parte de la ciudadanía, a la vez que siembran dudas sobre la veracidad, objetividad e intencionalidad última de las mismas pretendida por sus difusores. Por ello resulta todo un reto para el observador de las realidades sociales y, máxime desde una perspectiva política, el cómo tratar semejante avalancha de información ya que, en demasiadas ocasiones, resulta difícil distinguir entre “información” y “rumorología”, un riesgo cierto al que nos enfrentamos cada vez que accedemos a las redes sociales. Ante este dilema, resulta oportuno recordar, como señalaba Hannah Arendt, que, “aunque la objetividad sea difícil, esta dificultad no es una prueba contra la supresión de las líneas de demarcación entre el hecho, la opinión y la interpretación, ni una excusa para manipular los hechos”.

     En la actualidad, las redes sociales son un espacio abierto en el cual tenemos la posibilidad de vigilar y enjuiciar a quienes nos gobiernan y, por ello, al margen de su vulnerabilidad ante noticias falsas y de ciberataques de diversa intencionalidad, el objetivo exigible para la ciudadanía consciente es, en palabras de nuevo de Innerarity, “conseguir que no pueda ocultarse todo lo que es relevante para el ejercicio de los derechos democráticos sin que esa permeabilidad de los espacios impida la protección de las instituciones que hacen posible en ejercicio de tales derechos”.

     A la sombra de las redes sociales han ido en incremento las amenazas cibernéticas y las actuaciones de los hackers, todo lo cual afecta tanto a la seguridad nacional de los países, como a la privacidad e intereses de personas, empresas, entidades e instituciones de diverso tipo, tal y como dejan patente las denuncias de los organismos de neutralizarlas, como es el caso del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE).

    En la era de Internet, invadidos como estamos de visiones e interpretaciones personales en la red, a la hora de tratar de forma adecuada la información, de interpretarla, frente a lo que algunos cibernautas piensan, es necesario reivindicar la función del periodista en el mundo digital, cuyo papel cobra un nuevo sentido a la hora de ayudarnos a navegar entre la maraña informativa, tantas veces confusa, falsa o tendenciosa, y frente a la creciente oleada de noticias falsas (fake news) que nos invaden. Hay que tener presente, además, que éstas llegan a tener un fuerte impacto puesto que el público potencial de las fake news es muy elevado ya que, por ejemplo, Facebook cuanta con más de 2.000 millones de usuarios activos. Y, en este tema, han sido frecuentes las acusaciones dirigidas a determinados países, de forma especial a la Rusia de Vladimir Putin, por el empleo de las fake news como arma (informática) en las redes sociales perturbando el panorama informativo en nuestro mundo globalizado. Y así ha ocurrido en el empleo de herramientas virtuales para influir en las elecciones americanas de 2016 a favor de Donald Trump (el candidato favorito de Putin) en lo que se conoce como el “Rusiangate”, pero perturbaciones similares han tenido lugar en estos últimos años en los procesos electorales celebrados en Francia, Italia, Gran Bretaña, Países Bajos, repúblicas bálticas, Ucrania, Chequia, Georgia e incluso en España.

    Es por ello que, ante semejante alud de noticias distorsionantes de la realidad, resulta fundamental el papel de un periodismo ético, objetivo, no sometido a los poderes económicos o a los intereses partidarios, de esos periodistas “fact-chequers”, de esos profesionales encargados de verificar y contrastar estas avalanchas de noticias e informaciones.

    Por todo lo dicho, atrapados como estamos, para bien o para mal, en las redes sociales, de nosotros depende el que éstas sean un instrumento positivo a favor del fomento de la participación democrática ciudadana, de la difusión honesta y veraz de la información y la cultura …. o de todo lo contrario.

 

   José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 agosto 2020)

 

 

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17/08/2020 08:34 kyriathadassa Enlace permanente. Derechos civiles No hay comentarios. Comentar.

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