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Se muestran los artículos pertenecientes a Julio de 2020.

POPULISMOS

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     En la realidad política actual son muchos los ciudadanos que creen que se ha superado la histórica distinción entre izquierdas y derechas y, por ello, en determinados sectores de opinión se alude a la contraposición entre “buenos y malos populismos”. De este modo, algunos politólogos distinguen entre los populismos democratizadores y democráticos, como los existentes en España o Portugal, y otro tipo de populismos, por desgracia emergentes, de signo reaccionario, aquellos que confunden al adversario político con el enemigo del pueblo y, por ello, los excluyen de la comunidad política, un tipo de populismo que arraiga con fuerza en las tierras regadas por la intolerancia.

      Estos dos tipos distintos de populismo, confrontan, en esencia, una base ideológica innegable. Así, es propio de los populismos conservadores su escaso entusiasmo por las reformas constitucionales, por  los movimientos sociales,y por los plebiscitos o la participación ciudadana en general. En cambio, la izquierda populista, por el contrario, como recalcaba Innerarity en su libro Política para perplejos (2018), “acostumbra a sobrevalorar esas posibilidades”, aquellas que los populismos conservadores rechazan, lo cual le lleva a “desentenderse de sus límites y riesgos”, soñando, en ocasiones, con el anhelo, siempre deseable por otra parte, de alcanzar la utopía, o en el lenguaje más reciente de Podemos, de “conquistar los cielos”.  De este modo, existe en la actualidad un contraste, una contraposición evidente entre ambos populismos, entre los de signo conservador y los que se alientan desde posiciones de la izquierda progresista y así, los primeros “dan las alternativas como imposibles y los otros por evidentes” ya que, mientras para los populismos conservadores “cualquier cosa que se mueva es un desbordamiento” y para los populismos progresistas “la espontaneidad popular es necesariamente buena”.

     La confrontación entre ambas posiciones es evidente, como una nueva línea de fractura social entre la derecha conservadora y la izquierda que pretende transformar la realidad política y social que se considera injusta. Así, el populismo conservador, enarbola la bandera política de un supuesto “antipopulismo”, negando la evidencia de que también ellos, a su manera, son populistas, de derechas, pero populistas en definitiva, bandera ésta que pretende ser un “instrumento de legitimación” de las posiciones conservadoras, mientras que el populismo progresista se considera a sí mismo, como “el verdadero antídoto frente al elitismo conservador hegemónico”.

     Por todo lo dicho, Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política y ensayista, una de las mentes más lúcidas del pensamiento contemporáneo, reivindicaba el “principio de realidad”, esto es, el tener siempre presentes las capacidades reales de las transformaciones que se pretenden realizar, para no caer en la quimera ni el desencanto ante el ansia de intentar lograr objetivos irrealizables. De este modo, aunque como hemos visto el término “populismo” se aplica a partidos políticos concretos, se habla de populismos reaccionariosy ultraconservadores, como es el caso de los mensajes que airea Vox, o de populismos progresistas de izquierdas como el que representa Podemos, los cierto es que el populismo, como nos recuerda Innerarity, “tendría que entenderse como un modo de gestionar lo público, “del que no se libra casi nadie”.

      En el caso del populismo progresista, el que despertó en las plazas de toda España un esperanzador 15 de marzo y que hoy ocupa parcelas de poder en muchos niveles, incluido el Gobierno de España de la mano de Unidas Podemos, parece que ha seguido el consejo del tantas veces citado Innerarity cuando ya en el 2018 recomendaba, de forma genérica pero pareciendo querer dirigirse a este nuevo soplo de aire fresco en la política española que supuso el partido morado que, “tenemos que renunciar a la agitación improductiva del corto plazo. Hace falta anticipar futuros posibles” y apuntaba alguno de ellos: la transformación del modelo económico, la lucha contra el cambio climático o la reforma del sistema público de pensiones, temas éstos que consideraba con toda razón “cuestiones de fondo” que se tienen que acometer con valentía, aunque, políticamente, no supongan beneficios a corto plazo. Lo mismo podemos decir de la defensa de feminismo o la lucha por la igualdad de género, temas que han irrumpido con fuerza en la agenda política y que exigen compromisos y decisiones valientes, especialmente, en estos tiempos en que la demagogia populista conservadora parece que, en algunos de estos temas pretendiera retroceder el reloj de la historia a tiempos pasados.

    Todos estos futuros posibles están reflejados en gran medida en el llamado Programa para un Gobierno Progresista que tantas esperanzas ha despertado, un programa que, con el impulso de ese buen populismo, honesto y progresista, ha alentado tantas ilusiones en que, paso a paso, el cambio es posible, aunque nunca lleguemos a conquistar los cielos, pero por lo menos, se puede lograr un mundo, una sociedad y una convivencia más digna, justa y habitable. Siendo conscientes de todas las adversidades que intentarán frenar estos cambios, esperamos que las ilusiones que ello ha generado no se vean defraudadas porque, de ser así la involución de populismo conservador podría tener efectos devastadores.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 1 julio 2020)

 

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01/07/2020 09:21 kyriathadassa Enlace permanente. Política-España No hay comentarios. Comentar.

LA UNION EUROPEA EN LA TORMENTA

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     En un reciente artículo, y para definir la situación actual de la Unión Europea (UE), el periodista Ramón Lobo empleaba en acertado símil de compararla con “un barco de lujo de gran tonelaje y movimiento lento” cuyo rumbo no es fácil cambiar dado que tiene “27 capitanes en el puente de mando, cada uno con sus intereses nacionales e ideas sobre el futuro de Europa”.

     El barco de la UE, ahora azotado por la tempestad del Covid-19, una situación que algunos han comparado con las secuelas de la II Guerra Mundial, tenía ya, antes de entrar en la actual tormenta que lo zarandea sin piedad, dos profundas brechas abiertas en su casco y que amenazan su línea de flotación: el brexit y la involución antidemocrática de algunos de sus estados miembros como es el caso de Hungría. En este último caso, resulta lamentable la tímida respuesta de la UE ante las decisiones últimamente tomadas por el primer ministro Víktor Orbán de aprovechar la coyuntura propiciada por la pandemia sanitaria para reforzar su régimen autoritario, algo de lo que ya advirtió Dacian Ciolos, el líder de los liberales europeos al señalar que “los acontecimientos en Hungría son una alerta roja para la democracia liberal en Europa y más allá” porque “luchar contra el Covid 19 puede requerir algunas medidas excepcionales pero no debe llevar de ninguna manera al cierre de la democracia y a pisotear el Estado de derecho”. Y, ante esta situación resulta lamentable el silencio de los líderes europeos ante las medidas tomadas por Orbán, lo cual está alentando actitudes involucionistas en otros países como es el caso de la Polonia de Andrzej Duda, a la vez que reforzará el crecimiento de la extrema derecha en nuestras democracias occidentales.

    Ciertamente, la UE se halla ante un inmenso desafío que exige la necesidad de reafirmarse en los valores y principios que le dan razón de ser y, para ello, hoy más que nunca se precisa en el puesto de mando del navío de la UE que estén al timón auténticos estadistas de la talla de Robert Schuman, Konrad Adenauer o Alcide de Gásperi, los añorados padres fundadores de la idea moderna de Europa, y no políticos mediocres aferrados a intereses nacionalistas e insolidarios.

     Pero la realidad es dura e implacable en este embravecido mar en que las olas agitan con fuerza el barco de la UE, en un momento en la cual, en palabras de Juan Manuel Lasierra nos hallamos ante “un panorama social y económico desolador”, porque como señalaba Eliseo Oliveras, “Europa afronta dividida un decisivo reto político, sanitario, socioeconómico y geoestratégico”. Así las cosas, Jacques Delors, quien fuera presidente de la Comisión Europea entre 1985-1995, nos advierte con tono dramático de que la división y la falta de solidaridad son “un peligro mortal” para la UE.

     Tampoco favorece la singladura del barco de la UE en estos tiempos “virus-lentos” el actual escenario multipolar en el cual el peso político de Europa no se corresponde con su potencial económico y en el cual China cada vez está adquiriendo un papel más dominante en las relaciones internacionales, lo cual es favorecido por el aislacionismo en el cual pretende refugiarse la política de EE.UU. impulsada por Donald Trump. Es por ello que hoy más que nunca hace falta “mucha Europa” para suplir la falta de liderazgo de los EE.UU como ha quedado patente en la actual gestión mundial de la pandemia y para evitar que ese vacío sea ocupado no sólo por la China emergente sino por la Rusia de Putin, lo cual requiere que la UE cuente, de verdad, con una auténtica política exterior y de defensa común.

    Pero no sólo es este el único reto al que se enfrenta el futuro de la UE. Hechos recientes han demostrado la urgencia de implantar una armonización fiscal que incluya a países tan privilegiados como insolidarios como Holanda y que avancemos hacia una UE federal de verdad, una UE de los ciudadanos más social y solidaria y menos mercantilista y reducida a la simple libertad de circulación de mercancías como pretenden los opulentos (e insolidarios) países del norte de Europa, una Europa social que, además, acabe de una vez por todas con los paraísos fiscales existentes en el interior de la UE, tal y como ahora ocurre en Holanda, Luxemburgo e Irlanda.

    Así las cosas, bueno sería recordar el texto del Preámbulo de la Constitución Europea (no ratificada) en la que se declara que ésta se inspira en “la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho”.

   Siendo conscientes de que la solidaridad europea se debe demostrar en los momentos difíciles como los actuales, y recordando lo que en su día supuso el Acuerdo de Londres sobre la deuda alemana de 1953, mediante el cual se anuló el 62,6 % de las deudas a la entonces República Federal Alemana por parte de los 25 países acreedores, la prueba definitiva que evite el naufragio del ideal europeo  será la forma con la cual los 27 capitanes  aborden desde el puesto de mando el inmenso plan de reconstrucción que inevitablemente requiere la UE para superar el maremoto sanitario, económico y social que ha supuesto el Covid-19 en nuestras sociedades, en nuestras vidas y esperanzas de futuro. Veremos.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 17 julio 2020)

 

 

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17/07/2020 08:27 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

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