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MAUTHAUSEN EN LA MEMORIA, SIEMPRE

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     En estas fechas se conmemora el 75º aniversario de la liberación de los campos de concentración y exterminio nazis y, por ello, es un momento oportuno para recordar (y reparar) la memoria de los republicanos españoles que allí fueron deportados y muchos de ellos, asesinados.

   Derrotada la España leal a la República en 1939, miles de republicanos se refugiaron en Francia, pero un año después cayeron en manos de las tropas hitlerianas cuando estas ocuparon dicho país en mayo de 1940. Los prisioneros republicanos españoles quedaron a la espera de que el gobierno de Franco indicase a sus amigos nazis qué se debía de hacer con ellos. El dictador decidió abandonar a su suerte a estos compatriotas nuestros y, desposeyéndolos de la nacionalidad española, quedaron convertidos en apátridas. Su dramático destino quedó sellado en la entrevista de Ramón Serrano Suñer  con Hitler del 25 de septiembre de 1940 en Berlín. En ella, el cuñado de Franco y ministro de la Gobernación, acordó la entrega de los republicanos españoles a la Gestapo para ser deportados a los campos de concentración donde debían realizar trabajos forzados hasta el límite de sus fuerzas. Mariano Constante recordaba la indignación que produjo entre los presos republicanos este hecho puesto que “hemos descubierto que Franco les dijo [a los nazis] que no quería que ningún español saliera vivo y también quería que nos explotaran trabajando”. De la connivencia de las autoridades franquistas a la hora de consumar la tragedia, se ofrecen testimonios reveladores en el excelente documental “El convoy de los 927” de Montse Armengou.

   Posteriormente, los republicanos españoles, los llamados “rot-spanien” (rojos españoles) fueron deportados al campo de Mauthausen (Austria). Allí fue a parar el grueso de los más de 10.000 deportados, esto es, unos 7.000 compatriotas, de los cuales, 1.015 eran originarios de Aragón, como recordaba el historiador Juan Manuel Calvo Gascón. Otros grupos de “rot-spanien” fueron enviados a otros campos de de triste recuerdo: Bergen-Belsen, Buchenwald, Dachau, Flossenburg, Ravensbruck o el castillo de Hartheim, en donde fueron objeto de macabros experimentos y operaciones. En todos estos lugares, convertidos en auténticos infiernos de inhumanidad y violencia extrema, hallaron la muerte varios miles de republicanos españoles.

    El campo de concentración de Mauthausen se creó el 8 de agosto de 1938 y funcionó hasta el 5 de mayo de 1945 en que fue liberado por las tropas norteamericanas. Durante estos años, se estima que en Mauthausen y en su campo auxiliar de Güsen, fueron asesinadas o murieron como consecuencia de las condiciones infrahumanas y los trabajos forzados en torno a 150.000 personas. Por las mismas fechas en que nuestros compatriotas morían de agotamiento y enfermedades en la cantera de Mauthausen o con inyecciones de bencina en Güsen, el general Franco mantenía su delirio filonazi y su convicción en la victoria de la barbarie hitleriana a la cual manifestaba su total apoyo: en un discurso dado en la audiencia militar de Sevilla del 14 de febrero de 1942, afirmaba que, “si el camino de Berlín fuese abierto, no sería una división de voluntarios españoles la que allí fuera, sino que sería un millón de españoles los que se ofrecerían” para defender la capital del Reich. Sobran los comentarios.

   Durante décadas, un puñado de supervivientes españoles recordaba tanta barbarie reuniéndose cada año en Mauthausen bajo el digno tremolar de la bandera republicana, siendo especialmente destacable la labor desarrollada por la Asociación Amical Mauthausen para recuperar la memoria de esta trágica página de nuestra historia colectiva. Poco a poco, se han ido realizando en toda España homenajes y reconocimientos oficiales para recuperar la memoria y la dignificación de nuestros compatriotas republicanos deportados. Citemos, en el caso de Aragón, cómo, ya en el año 2002 el Gobierno de Aragón concedió a Mariano Constante la Medalla de Oro a los Valores Humanos, la cual se hacía extensiva “a los aragoneses que fueron víctimas de los campos de exterminio nazis”. Igualmente, algunos ayuntamientos, como es el caso de Calanda, Alcorisa, Fraga, Monzón o Sabiñánigo, entre otros, han recuperado la memoria de sus paisanos muertos en el holocausto nazi. Por su parte, la Ley 14/2018, de memoria democrática de Aragón, en su artículo 6, reconoce la condición de víctimas a quienes “padecieron confinamiento, torturas y, en muchos casos, la muerte en los campos de concentración y exterminio europeos o bajo dominación fascista”, a la vez que contempla la necesidad de realizar homenajes en dichos campos (Disposición adicional séptima).

    Lamentablemente, este año, como consecuencia de la pandemia que padecemos, no habrá conmemoraciones institucionales de recuerdo en dicho campo, ni tampoco podrá realizarse el viaje de escolares aragoneses, organizado por Amical Mauthausen y el Gobierno de Aragón con motivo de los actos que iban a tener lugar entre el 8-10 de mayo en memoria de la liberación de Mauthausen. Sin embargo, en estos días recordamos, con especial emoción, la lección moral que su recuerdo supone: la reafirmación cívica en nuestros valores y la importancia de mantener viva la memoria democrática para convertirla en una lección moral. Estas reflexiones nos previenen ante cualquier rebrote de xenofobia racista o de fascismo que se pudieran incubar, como el huevo de la serpiente, en nuestra sociedad actual. Y es que la memoria histórica es, siempre, una memoria necesaria y será, siempre, un imperativo moral.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 9 mayo 2020)

 

 

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10/05/2020 08:05 kyriathadassa Enlace permanente. Memoria histórica No hay comentarios. Comentar.

PUTIN Y LA RUSIA ETERNA

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     Cuando ya pensábamos que los líderes providenciales eran una especie política en vías de extinción, emergió desde las estepas rusas la figura de Vladimir Putin, el nuevo zar de todas las Rusias, poderoso, luchador, implacable con sus adversarios, sin demasiado apego a la democracia y vencedor de varias elecciones en el peculiar panorama político de la Federación Rusa.

     El 1 de enero de 2000 comenzaba el nuevo milenio con una estrella rutilante sobre la inmensa Rusia: Vladimir Putin, el hijo del cocinero de Stalin, el veterano espía de la KGB de la época soviética reconvertido en político, alcanzaba la presidencia de la Federación Rusa  con un doble objetivo: reactivar la economía tras la debacle de los años 90 en que, tras el desmoronamiento de la URSS, durante  la convulsa  transición a la  democracia en tiempos  de Boris Yeltsin, el PIB se redujo  en  un -50%, así como recuperar el prestigio internacional de Rusia, objetivos que en gran medida ha logrado con su política firme y autocrática.

   Tras 20 años de putinismo, en los cuales ha ocupado en tres ocasiones la presidencia del Gobierno y en otra la de Primer Ministro, su poder se ha ido acrecentando: en las últimas elecciones presidenciales celebradas el 18 de marzo de 2018 Putin obtuvo una victoria histórica al lograr el 76,6% de los sufragios, victoria ésta no exenta de denuncias de cientos de irregularidades. En la actualidad, tras la reciente reforma de la Constitución de la Federación Rusa, Putin, cuyo mandato como presidente concluye en 2024, podrá tener nuevas formas de perpetuar su influencia y poder, ya que exime al actual Jefe del Estado de la prohibición de presentarse a la reelección. A pesar de que el referéndum constitucional convocado para tal fin el próximo 22 de abril ha sido aplazado como consecuencia de la pandemia ocasionada por el Covid-19, todo parece indicar que Putin tiene todas las bazas a su favor para perpetuarse en el poder hasta 2036, lo cual le convertiría, de facto, en presidente vitalicio, a pesar de que su índice de popularidad ha descendido por su cuestionable gestión a la hora de combatir el virus en la inmensa Federación Rusa.

    Durante estos años, el poder de Putin se ha ido acrecentado a costa de retirárselo a los gobernadores provinciales, a la Asamblea Legislativa (Duma), a los tribunales de justicia, al sector privado y a la prensa, en un proceso tendente a asentar lo que Putin define como “Estado vertical”. Tal es así que el sistema político ruso se articula en torno a un partido hegemónico, Nuestra Casa Rusia, y una serie de partidos de oposición, la mayoría de los cuales no son más que una pantalla para dar la impresión de que se compite, democráticamente, por el poder. De este modo, las elecciones se han convertido, como señalaba Madeleine Albraight en su libro Fascismo. Una advertencia, en “simples rituales para prolongar el tiempo en el poder de los candidatos privilegiados”, esto es, los que cuentan con el beneplácito del Kremlin. A ello hay que sumar que las cadenas de televisión son meros órganos de propaganda oficial y la escasa oposición interna, como ocurrió con Alekséi Navalny, es descalificada desde el putinismo acusándola de ser meras marionetas manejadas por poderes extranjeros que atentan contra la identidad y el alma de Rusia.

     Siendo cierto todo lo anterior, también lo es que el dirigente ruso ha conseguido no sólo restaurar el Estado centralizado, sino que ha tenido la habilidad de reconciliar las tradiciones de los dos imperios perdidos, el zarista y el soviético, todo ello con el apoyo decidido de la Iglesia Ortodoxa rusa, convertida en entusiasta aliada de Putin, el nuevo zar de todas las Rusias. Consecuentemente, se ha extendido la convicción mayoritaria de que Putin ha devuelto a Rusia el estatuto de gran potencia mundial al mismo tiempo que enarbola la bandera de defensor de los pueblos eslavos y reafirma el nacionalismo ruso tras la anexión de Crimea, así como con su apoyo a los rebeldes del Donetsk y juega fuerte en el tablero internacional confrontando con Occidente, utilizando las redes sociales como arma informática a través de las fake news con el triple objetivo de desacreditar a las democracias occidentales, dividir a Europa, debilitar la colaboración transatlántica euro-norteamericana y, también, atacar a los gobiernos contrarios a Moscú. A todo ello ay que sumar que el auge de la proyección internacional de la Rusia de Putin se evidencia en su participación destacada en conflictos bélicos como el que desangra a Siria en apoyo del dictador Bachar al Assad o el respaldo a la República Bolivariana de Venezuela, como freno a los afanes belicistas de los Estados Unidos sobre dicho país.

    No obstante, lo que ha quedado también patente durante los años en que Putin rige con mano de hierro los destinos de Rusia es la inexistencia de una oposición política sólida y capaz de ofrecer una alternativa a la autocracia instaurada por Putin, el cual fue definido por Madeleine Albraight como “bajo, cetrino y tan frío que parece un reptil”.

     Pese a la cuestionable manera de entender la política, en una gran parte del alma colectiva del pueblo ruso se ha encumbrado el mito de Putin, una sociedad no obstante en la cual el árbol de la democracia y la libertad nunca fue demasiado frondoso, pues de podarlo a conciencia ya se habían encargado en otros tiempos tanto la autocracia zarista como la dictadura soviética de corte estalinista. Y, sin embargo, el poder del dirigente ruso, que en el libro En primera persona se define a sí mismo como “el más puro y brillante ejemplo de una educación patriótica soviética”, parece querer entroncar con ambas tradiciones, la zarista y la de la antigua URSS, a través del mito de la “Rusia eterna”. Es por ello que, como señalaba Mira Milosevich-Juaristi, Putin se presenta a sí mismo como “el salvador” de su pueblo en un doble sentido: en primer lugar, como el restaurador del Estado centralizado ruso que se desmoronó tras la desintegración de la Unión Soviética (1991) y, en segundo lugar, y no por ello menos importante, mediante su hábil alianza de intereses con la Iglesia Ortodoxa. De este modo, la política autocrática de Putin pretende según la citada politóloga Mira Milosevich-Juaristi, “reconciliar dos legados”: la condición de gran potencia de la antigua URSS y la tradición imperial ortodoxa del zarismo y, así retomar en beneficio propio el mito de la Rusia Eterna, de aquella que en tiempos de adversidad fue salvada por grandes líderes providenciales, condición que él mismo se atribuye y que la propaganda oficial se encarga de divulgar.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 mayo 2020)

 

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24/05/2020 16:19 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

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