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MONARQUÍA O REPÚBLICA: UN DEBATE PENDIENTE

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     Si la pandemia del coronavirus está teniendo devastadores efectos en el ámbito de la salud pública, de la sociedad y la economía, las noticias que conocidas en estas últimas fechas sobre las actuaciones de Juan Carlos I, todas ellas en demérito del rey emérito, han tenido también efectos igual de devastadores y han socavado los cimientos de la monarquía surgida de la Constitución de 1978 en la misma medida que han servido para dilapidar el legado con el cual pretendía el monarca, ahora cuestionado, pasar a las páginas de la historia reciente de España.

     Así las cosas, la derecha ha cerrado filas con su manido mensaje de que criticar al monarca es tanto como atacar a España y a la Constitución, cuando no son temas comparables ya que España y los valores democráticos valen mucho más que las actuaciones, sin duda reprobables, del rey emérito. En este contexto se sitúa el Manifiesto aparecido a mediados del mes de agosto en apoyo de Juan Carlos I y de su legado. El referido Manifiesto ha sido firmado no sólo por políticos del PP y de UCD, sino también por destacados socialistas. Este es el caso de Alfonso Guerra, el cual, en diversas declaraciones ha llegado a hablar de que Juan Carlos I está siendo objeto de una “cacería”, en este caso no de elefantes, sino propiciada por los que él llama “populistas” (léase, Podemos) y los nacionalistas-separatistas con el único objeto de atacar la Constitución. Pero aún más, en una entrevista realizada el pasado 19 de agosto en la Cadena SER, Alfonso Guerra, llegó a decir que “la izquierda debe dejar de engañarse con la idealización de la Segunda República”: con lo cual el antiguo dirigente socialista parecía renunciar del republicanismo del PSOE, un republicanismo cada vez más difuso maquillado de “accidentalismo”, un republicanismo que no obstante se mantiene vivo en las bases del partido pero que ha desaparecido de las acciones y del pensamiento de sus dirigentes.

     Resulta esencial partir de la idea de que la ciudadanía nunca ha tenido la opción democrática de elegir, entre varias posibles, la forma de Gobierno que desearía para España. Hay que recordar que la Constitución de 1978 incluyó la forma monárquica junto a los derechos y libertades en ella contemplados sin dar la opción a una posible alternativa republicana. Se dice que, siendo presidente del Gobierno Adolfo Suárez, éste se negó a convocar un referéndum sobre este tema por temor a perderlo y para evitarlo, se incluyó la forma monárquica en el artículo 1.3. del texto constitucional que señalaba que “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”, sin otra posibilidad para que los españoles diésemos nuestra opinión sobre tan importante cuestión.

      Dicho esto, resulta lamentable la deriva que el PSOE, y sobre todo sus dirigentes, han evidenciado hacia el ideal republicano. Lejos quedan los tiempos del Congreso socialista en el exilio de Suresnes (octubre 1974) en los que se aspiraba a instaurar en España, una vez recuperadas las libertades democráticas, “una República Federal de las Nacionalidades del Estado Español”.

     Lejos quedan también los debates habidos en la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas durante el proceso constituyente. En ellos, durante la sesión del 5 de mayo, el Grupo Parlamentario Socialistas del Congreso, por boca de su portavoz, el añorado Luis Gómez Llorente, defendió “la República como forma de Gobierno” porque “no ocultamos nuestra preferencia republicana, incluso aquí y ahora”. Más adelante, en la sesión del 11 de mayo, Gómez Llorente defendió un voto particular al artículo 1.3 en este sentido, razón por la cual “asumimos la obligación de replantear todas las instituciones básicas de nuestro sistema político sin excepción alguna” y, por lo tanto, también “la forma política del Estado y la figura del Jefe del Estado”.

    Gómez Llorente era consciente de que no había una mayoría parlamentaria favorable a reinstaurar la República, pero, pese a ello, mantuvo su voto particular alegando que lo hacía “por honradez, por lealtad con nuestro electorado, por consecuencia con las ideas de nuestro partido, porque podemos y debemos proseguir una línea de conducta en verdad clara y consecuente”. No obstante, Gómez Llorente dejó claro el compromiso del PSOE al afirmar que “nosotros aceptaremos como válido lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente. No vamos a cuestionar el conjunto de la Constitución por esto. Acataremos democráticamente la ley de la mayoría. Si democráticamente se establece la Monarquía, en tanto que sea constitucional, nos consideraremos compatibles con ella” Así, cuando el 4 de julio en el Pleno del Congreso de los Diputados se votó el artículo 1.3, frente a la mayoría de diputados monárquicos, el PSOE se abstuvo y tan sólo Heribert Barrera (ERC) y Francisco Letamendía (Euskadiko Ezquerra) se declararon republicanos y pidieron la celebración de un referéndum sobre la forma de Gobierno.

    Aprobada la Constitución, Felipe González declaró que la monarquía y la democracia no eran incompatibles en España, lo cual, evidentemente, era cierto. Pero, como señalaban Sebastián Balfour y Alejandro Quiroga en su libro España reinventada. Nación e identidad desde la Transición (2007), “la conversión monárquica del PSOE ha obligado a los socialistas a someterse a una amnesia voluntaria”, hasta el punto de que, como indicaban estos autores, el accidentalismo del PSOE hizo afirmar a Juan Fernando López Aguilar que históricos dirigentes socialistas como Julián Besteiro, Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos, “fueron los pioneros de la monarquía parlamentaria vigente” (!!!), afirmaciones éstas más que cuestionables.

   Tal vez la actual situación de crisis sanitaria, con sus derivadas sociales y económicas, no sea el momento más idóneo para plantear un debate de tan profundo calado político, pero lo que resulta evidente es que la democracia española tiene pendiente este debate, el de que algún día, podamos decidir, más pronto que tarde, el modelo de Estado que mayoritariamente preferimos, esto es, poder elegir entre la opción de la monarquía parlamentaria o la de un modelo alternativo republicano.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 1 septiembre 2020)

 

 

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01/09/2020 17:17 kyriathadassa Enlace permanente. Política-España No hay comentarios. Comentar.

TIEMPOS DE PERPLEJIDAD

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     Daniel Innerarity en su libro Política para perplejos (2018), dejaba patente su perplejidad y preocupación ante el impacto que diversos hechos han producido en nuestras sociedades, una perplejidad plagada de efectos negativos y espinosas incertidumbres hacia el futuro.

      El primero de estos hechos fue la elección de Donald Trump en noviembre de 2016 como presidente de los Estados Unidos (EE.UU.), algo que rompía las reglas y los parámetros de la política norteamericana, que renegaba del legado de la anterior presidencia de Barack Obama y que sembraba de dudas y temores las políticas a aplicar por el polémico empresario, convertido en el líder de la (todavía) nación más poderosa del mundo. Ahora, en el cuarto año de su mandato, previo a las elecciones presidenciales del próximo noviembre, la perplejidad ha dado paso a la preocupación. Trump no sólo ha dinamitado las incipientes políticas sociales de la Administración Obama, sino que ha crispado las relaciones internacionales en todos los frentes: desde la política arancelaria y la guerra comercial con China, hasta su apoyo entusiasta al Brexit  británico, debilitando así la alianza transatlántica con los países de la Unión Europea (UE), hasta su actitud beligerante con Venezuela e Iran o el respaldo cerrado que ofrece al gobierno de Benyamin Netanyahu que ha sepultado las escasas esperanzas que aún quedaban de lograr un acuerdo de paz justo al eterno conflicto palestino-israelí.

     Hasta aquí los hechos de todos conocidos, pero ante el temor de una posible reelección de Trump, bueno es recordar las reflexiones que Innerarity nos hacía para explicar cómo una figura tan atípica (y peligrosa) como el magnate americano ha podido llegar a la Casa Blanca. Y es que, como explica el citado catedrático de filosofía política, ello responde a “cambios sociales y políticos insuficientemente advertidos por quien se sorprende ante sus efectos” y que responderían a varias razones. La primera de ellas es la existencia de “una política degradada”, ya que la actividad pública no se concibe como un ejercicio de virtudes públicas, como diría Cicerón, sino como el oficio de “un círculo cerrado de privilegiados que se dedican al ejercicio de la intriga”, tal y como quedó patente en los factores que propiciaron su elección, así como en los datos conocidos durante el proceso de destitución (impeachment) al cual fue sometido.

      La segunda razón es que la irrupción de Trump en la política con su exitoso lema “America fist”, lo ha convertido en un abanderado contra los efectos negativos que la globalización estaba causando en amplios sectores de la sociedad americana. De ahí, su defensa de políticas proteccionistas o el establecimiento de barreras para defender a unos Estados Unidos, que se sentían en decadencia, de sus enemigos reales o imaginarios. Una peligrosa reacción propia de un exacerbado nacionalismo que se ha aprovechado de la angustia de los trabajadores que han sufrido los devastadores efectos de la globalización y de la deslocalización en las zonas industriales deprimidas o en el Medio Oeste agrario y conservador, para aupar al poder la retórica demagógica de Trump.

     Y un tercer factor no menos importante: la reactivación del orgullo de los llamados WASP (White Anglo-Saxon Protestant) norteamericanos, un orgullo de tintes supremacistas y racistas, que rechaza el valor de la multiculturalidad en un país que, como es el caso de los EE.UU., se formó por oleadas de emigrantes de origen diverso, como también lo es, por cierto, la familia de Trump, cuyos orígenes se hallan en Escocia y Alemania. Ello explica su política anti-migración, cuyos ejemplos más duros y patentes son el trato recibido por los inmigrantes ilegales que llegan a EE.UU. y su anhelado proyecto de muro en la frontera con México.

     Otro motivo de perplejidad, tan grave como el anterior,  ha sido el desgarro producido por el Brexit británico que ha agrietado no sólo el proyecto sino también los sentimientos europeístas y cuyo futuro está plagado de incógnitas todavía difíciles de calibrar, un proceso de separación de la UE liderado por otro personaje que nos llena de preocupación cual es Boris Johnson, un Brexit que, en palabras de Innerarity es “uno de los fenómenos en los que el miedo a lo desconocido se traduce en torpeza y pone en marcha una serie de operaciones políticas de dudosa coherencia”.

     Y qué decir de la perplejidad que nos causa el preocupante auge de la extrema derecha en muchos países, también en España, una cuestión ante la que hay que hacer frente con firmeza para lo cual es fundamental reforzar el cordón sanitario como han hecho en Europa Angela Merkel o Macron y no como sucede en España donde el PP y Ciudadanos rinden vasallaje a las órdenes imperativas de Vox y aceptan sumisamente que el partido de Abascal les marque la agenda y les capte su electorado con sus mensajes y propuestas abiertamente reaccionarias. Como decía Pierre Moscovici, “la democracia es un tesoro muy frágil”, pero para preservarla, resulta esencial que los partidos democráticos cierren el paso a los grupos que, bajo diversas denominaciones o maquillajes, defienden posiciones de extrema derecha, y consecuentemente, la derecha democrática tiene que alejarse de cualquier tentación de alcanzar parcelas de poder aliándose o mimetizando posturas y mensajes propios del neofascismo.

    Ante este panorama, ahora agudizado por la perplejidad causada por los dramáticos efectos de la pandemia del coronavirus, como señalaba Ulrich Beck, “las sociedades contemporáneas no pueden atribuir todo aquello que les amenaza a causas externas; ellas mismas producen lo que no desean” y es que, como recordaba Innerarty, “hay que sustituir la inculpación hacia fuera por la reflexión hacia dentro”. Tal vez si logramos superar de forma positiva la perplejidad que en estos últimos años nos han suscitado acontecimientos como los indicados, podremos cambiar el rumbo de nuestra sociedad, una nave que, en estos temas, está surcando unos mares tan inciertos como peligrosos.

 

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 22 septiembre 2020)

 

 

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22/09/2020 06:09 kyriathadassa Enlace permanente. Política internacional No hay comentarios. Comentar.

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